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El veraneo de otros

EN el verano las ciudades gallegas se abarrotan de turistas más o menos foráneos que, en muchos casos, regresan a Galicia por viejos lastres que los atan o, simplemente, por su buena relación precio/ calidad/ clima.

En un abrir y cerrar de ojos, aquellos que habitamos esta tierra durante todo el año y desde tiempos inmemoriales, que pagamos impuestos por y para ella y que padecemos las inclemencias de sus lluviosos inviernos; observamos expectantes cómo nuestra casa es colonizada por seres de otras regiones que, aunque bien recibidos por el comercio y la hostelería, nos obligan al resto de sus pobladores a hacer soporíferas colas ante ciertos negocios, a atascarnos en las carreteras, a no encontrar sitio donde aparcar en casi ninguna parte, y a tener que reservar mesa en los restaurantes con una antelación inusual.

Galicia se llena, al mismo tiempo que su economía mejora efímeramente y algunos soñamos con abandonarla en la época estival hasta que vuelva a su ser. A ese ser que, mal que bien, conocemos y en general queremos. A esa tranquilidad envolvente de la catedral de Santiago, de la Torre de Hércules vacía, de los arenales de Ferrol deshabitados, de las murallas de Lugo impasibles ante el paso de los años, de los niños jugando en el parque de San Lázaro sin asarse en sus orensanas fauces y de una provincia de Pontevedra que no se quede desierta tras una huida masiva de la población provincial a sus afamadas playas.

Como una madre deseando que sea septiembre para que sus polluelos regresen al colegio y, por medio de este, a la vida ordenada; los gallegos que nunca abandonamos el barco y que siempre y, más allá de muiñeiras y queimadas, peleamos por situar nuestra tierra en el mapa por medio de nuestro buen trabajo, contamos en general las horas para que todo se vuelva a poner en su lugar y retorne a ser lo que nos merecemos que sea.

Esa tierra donde el gran Wenceslao fantaseaba con un bosque animado, Rosalía se mimetizaba con el sonido de las campanas de Bastabales, Juan Pardo cantaba Anduriña, Torrente Ballester escribía Los Pazos de Ulloa y Siniestro Total hacía vibrar a la juventud nacida en los años setenta con temas como Miña Terra Galega.

Esa es mi Galicia y la de los que la habitamos a pesar de todo y contra viento y marea.

Una tierra en la que para veranear debo marcharme a otro lugar para dejar paso a los nuevos y, desde la que miro con sorpresa a través de las retinas forasteras, cómo algunos creen descubrir lo que en realidad siempre ha estado para los que un día decidimos apostar el todo por el todo por ella; tanto en sus duros inviernos, como en este verano de temperaturas soporíferos para los currantes, que los de fuera disfrutan y que no cesan de recomendar...

Sálvese quien pueda de la súper población estacional e intenten no contar las veleidades de un lugar que la mayoría de los gallegos preferimos que continúe en ese semi anonimato que le aporta un espléndido encanto y que a nosotros nos da calidad de vida.

17 ago 2022 / 01:00
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