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El viaje de Pelosi

    EL VIAJE de Pelosi a Taiwán ha levantado una inmensa polvareda internacional. ¿Era este el objetivo? ¿Medir las intenciones de China en el nuevo contexto global? ¿Su capacidad de reacción? ¿Su umbral de tolerancia? ¿Acaso una muestra de fuerza e influencia de Estados Unidos en el Indo-Pacífico, el nuevo teatro del mundo? ¿O simplemente una decisión personal, con variables que quizás no acertemos a definir? Resulta imposible decidirse por unas razones o por otras: quizás se trate de una combinación de todas ellas.

    Nancy Pelosi es, nadie puede dudarlo, una de las grandes figuras de la política norteamericana, con una larga experiencia en las relaciones globales, pero también en las domésticas. No parece Pelosi una política que renuncie fácilmente a llevar a cabo gestos que los analistas puedan juzgar polémicos e incluso peligrosos. No hay mujer más poderosa ahora mismo que Pelosi en su país, y el rechazo que le muestran los republicanos no hace más que subrayar su poder. Su oposición a las ideas trumpianas la llevó a no retirarse, y ahí sigue, dispuesta a hacerse con el liderazgo que algunos piensan que había perdido. No es la izquierdista que algunos creen (congresista por California, eso sí), pero dentro del espectro político de los Estados Unidos mantiene ideas alternativas y tiene cierta fama de ir bastante por libre.

    Algunos analistas creen que Biden debería controlar más las decisiones de su aparato político, especialmente en temas muy sensibles, aunque parece que en esta ocasión Biden intentó convencer a Pelosi de que no hiciera el viaje. Pero Nancy no suele dejarse convencer tan fácilmente. ¿Firmeza o provocación? O quizás un poco de las dos cosas. La congresista tiene un largo historial con respecto a China, así que muchos encuadran el viaje en esta tradición política de oposición a Pekín que inició hace ya muchos años (tiene 82, no se olvide). ¿Es, entonces, un paso más en el refuerzo de su liderazgo personal como líder del partido o un intento de subrayar el protagonismo de Estados Unidos, difuminado en la era Trump, en el concierto global, y, sobre todo, en el área del mundo más relevante ahora mismo? ¿Es un gesto de independencia, incluso frente a Biden, o un gesto arriesgado justo en el peor momento para los equilibrios internacionales?

    Es obvio que ha obligado a China a mostrar a las claras su gran enfado con el viaje (ahí están las inmediatas maniobras con fuego real), lo que da una lectura aproximada de la tensión, no sólo en la zona, sino, decididamente, en el contexto global. Y todo ello con una guerra en el corazón de Europa. No pierde de vista la administración norteamericana la evolución de China, a la que considera la nueva gran potencia, y con la que tendrá que buscar acuerdos que, ahora mismo, van a quedar rotos (asuntos militares y del clima, entre otros). ¿Estamos ante una situación más peligrosa que la de hace sólo unas semanas? ¿Puede provocarse un conflicto a gran escala?

    No parece que eso vaya a ocurrir con el viaje de Pelosi, pero no hay dudas de que los problemas no dejan de crecer, con el planeta dividido en bloques. Tal vez Pelosi haya querido dejar claro a China el peligro que supondría inspirarse en la invasión de Ucrania, en este contexto creciente de inestabilidad, con el Estrecho de Formosa de fondo. Pero es, finalmente, el orden mundial el que está en juego. Y ese es un juego que nos afecta a todos.

    06 ago 2022 / 01:00
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