Elecciones, oposiciones
y virus

LAS elecciones gallegas estaban convocadas para el 5 de abril.

Ante la pandemia, un periódico del país preguntó a un profesor universitario si podían suspenderse estas elecciones; el profesor, sin encomendarse a Dios ni al diablo, dijo que la Constitución no hablaba de suspensión de elecciones, razón por la cual tendrían que celebrarse. ¡Pobre universidad, pobres alumnos!

Nada importaban las colas, ni los apretujones de los locales electorales; lo único importante era no violentar la Constitución. Al final, muy al final, se comprendió que cuando hablan las lanzas callan las leyes, como dijo Séneca, que estamos en guerra y que las elecciones no se celebrarían.

Otro tanto ocurrió con las oposiciones a profesores, que iban a celebrarse en el mes de junio. Nadie habló de su posible suspensión e incluso se dijo que era una falta de respeto a los opositores, cuan-do lo normal es pensar en los opositores hacinados en habitáculos inmundos, pegados unos a otros y haciendo los exámenes con mas-carillas y guantes.

Pero solo se pensaba en el cumplimiento de la convocatoria, porque aquí somos esencialmente reaccionarios y fundamentalmente burócratas, sin un ápice de sentido común. Y conste que prescindo aquí del factor del rédito electoral. Al final, ante el clamoroso estado de opinión, la Administración re-capacita, tarde como siempre, y pospone las oposiciones, aunque en principio se aseguró que se mantenían hasta la primera semana de mayo, momento en el que se valoraría lo que había que hacer, cuando esto tenía que estar zanjado hacía ya tiempo.

Ante estos hechos, me inclino a pensar que Galicia es un caso aparte, y que aquí sigue mandando la letra de la ley. Somos un país de pequeños labriegos, con sus pleitos arcaicos de servidumbres, y una legión de abogados que, como decía Azorín, todo lo complican; y que conste que yo soy labriego por origen y hombre de Derecho por deformación. De tal manera que aquí lo que manda es la gaceta, el BOE, y huelga el resto, incluido el sentidiño.