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En el mes de Emilia

    INCONFORMISTA y polémica, así pasó Emilia por el mundo. Novelista, periodista, ensayista, y un largo etcétera, indiscutible pionera destacaría yo. Un 16 de septiembre nacía Pardo Bazán dispuesta a reivindicarse protagonista en una sociedad arcaica y prejuiciosa, pero la sociedad que la recibió no sería exactamente la misma que la despidió y en eso Emilia tendría algo que ver.

    Emilia irrumpiría en el panorama intelectual de su época sin pedir permiso, sin miedo al qué dirán y siendo consciente de su posición privilegiada, al fin y al cabo su condición de aristócrata le habría permitido acceder a ámbitos inaccesibles para el común de las mujeres de la época, eso y una figura paterna que la habría instruido desde niña para saberse igual y actuar como tal, “mira, hija mía, si te dicen alguna vez que hay
    cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no,
    di que es mentira”, esas palabras nutrirían para siempre las alas de Emilia e infundirían en ella una permanente sed de igualdad.

    Precisamente, conocedora de que la “educación” que recibían el resto de las mujeres era una “doma” con el fin único de la “obediencia, la pasividad y la sumisión” reivindicaría para todas la necesidad de una educación real como presupuesto básico para la liberación en un mundo de hombres. La mujer asumía su condición de accesorio porque no había sido educada para nada más, y en esa dinámica la rueda seguía girando, generación tras generación solo con alguna que otra intrépida excepción.

    Emilia demostraría en su propia persona lo que años más tarde conceptualizaría Virginia Woolf, que una mujer para escribir únicamente necesitaba “una habitación propia”.

    Esa habitación propia, que era el símbolo de independencia económica para Virginia de alguna forma habría sido escenificada por Emilia en el Pazo de Meirás y, más concretamente, en la torre “de la quimera”, su particular santuario literario. Desde allí Emilia escribiría una parte importante de las cartas que más tarde acabarían en manos de intelectuales y escritores de la época y daría rienda suelta a su pluma, a la que pondría a trabajar sin descanso en su empeño feminista.

    Quiso la casualidad, cosas del destino, que la sentencia del Pazo de Meirás haya llegado también en septiembre, el mes de Emilia Pardo Bazán, en un acto necesario de Justicia. El pazo de Emilia dejará de ser el de los Franco para ser ahora el de todos.

    El pazo sigue ahí, resistiendo a los vaivenes de la historia aunque parte de su patrimonio intelectual se fue para siempre envuelto en llamas, Carmen Polo habría acabado con el contenido del escritorio de Emilia nada más “tomar posesión”, supongo que aquella “habitación propia” era intolerable a ojos del régimen.

    Queda todavía por delan-
    te un recurso y, previsiblemente, alguna que otra estrategia dilatoria. En juego mucho más que un conjunto de piedras, todo un símbolo.
    Pase lo que pase, Meirás siempre será el pazo de Emilia, la fortaleza de una grande, de una inimitable, la eterna luz en la batalla.

    16 sep 2020 / 00:00
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