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Enero y septiembre

    ENERO y septiembre son meses que relacionamos con la idea de comenzar de nuevo, con propósitos e iniciativas renovadas. Eso es bueno, propio de la capacidad humana de corregir errores y malas prácticas, y proyectar cambios para el bien individual y social.

    Por otra parte están los pesimistas y agoreros que se empeñan en hablar de la temida cuesta de enero e incluso de supuestos múltiples síndromes y depresiones postvacacionales.

    Enero supone una cuesta si hemos malgastado lo que no podíamos gastar y septiembre puede ser un mes duro si, quienes han tenido la oportunidad de disfrutar de vacaciones, han machacado sus cuerpos y vaciado sus bolsillos. De no haber cometido excesos, tanto enero como septiembre pueden ser, simplemente, el comienzo de un nuevo año y de un nuevo curso, respectivamente. Y los comienzos siempre pueden ser buenos, y ofrecernos una oportunidad que se puede y se debe aprovechar con esperanza y actitud positiva.

    La rutina, el trabajo y los reencuentros con los compañeros y los amigos, incluso en el lugar de estudio o en la oficina, benefician a nuestros cuerpos y enriquecen nuestras mentes, porque el ocio prolongado en el tiempo nos convierte en seres indolentes sin un propósito vital y, peor aún, en cargas para la sociedad. Cuánto más nos reconfortaría pensar, además, que, cada uno en la medida de su formación, capacidades y especialidad, estamos aportando algo a quienes nos rodean tanto a nivel familiar como laboral.

    Y enero y septiembre son meses especialmente apropiados para reflexionar si nuestra aportación puede mejorarse, corregirse, e incluso incrementarse. Para ser útiles a la sociedad debemos cuidar nuestro cuerpo y también nuestro espíritu, por lo que semeja particularmente nocivo no dar la bienvenida a enero y a septiembre como se merecen.

    Lamentablemente, hay quienes se empeñan en hablarnos del coste de los libros de texto y del material escolar de los hijos, de las subidas de precios, de la escasez de recursos, de futuros recortes y de inminentes crisis económicas, sociales e individuales. No se asustó tanto a la población con el incremento de precios en el sector del ocio que muchos disfrutaron durante agosto. Así pues, todo gasto en educación debería ser considerado tanto por las administraciones que los sufraguen como por los particulares que puedan pagarlo como una inversión en la educación de sus hijos e hijas y, por ende, en beneficio futuro para la sociedad.

    En todo caso, e independientemente de lo que el curso y el año nos deparen, nada debería impedirnos sentir la satisfacción de ser útiles y de servir para algo, además de para descansar, gastar y divertirnos.

    Tampoco debemos asociar enero y septiembre con cuestas, síndromes o depresiones, pues hacerlo parece, además, un insulto a quienes no tienen trabajo, recursos económicos, no han podido descansar, o no tienen el afecto o la salud necesarios para retomar sus vidas con bríos renovados.

    01 sep 2022 / 01:00
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