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¡Es la democracia, estúpidos!

    MÁS que del antológico El Arte de la Guerra, escrito por Sun Tzu en el s. VI a.c. y tan seguido todavía hoy, al Rasputin de La Moncloa hay que concederle su cabal conocimiento del más genuino Maquiavelo –la política sin normas ni códigos éticos– a la hora de apoyar a un presidente del Gobierno cuyas acciones no difieren del diagnóstico con que le calificó días atrás una ex diputada, al ver en su actitud psicótica la “tríada oscura” –ausencia de empatía, retorcimiento y narcisismo–.

    Es desde ese nulo sentido de la propia responsabilidad desde donde Pedro Sánchez sigue avanzando en su estrategia cesarista, secundado por Pablo Iglesias –¿en un ejemplo de libro de lo que la ciencia llama Trastorno Psicótico Compartido o “locura de dos”?–, cuyos intereses coinciden en la conveniencia de apurar las descosuras del sistema democrático. Aquél, por ambición personal; éste, por ideología.

    En esa planificada estrategia del derrumbe de las instituciones y recorte de las libertades y tras lo logros obtenidos con el uso de la ventana de Overton –aplicada a Monarquía, medios de comunicación, religión, fidelidad a la historia u oposición– así como en el control de la Fiscalía hasta extremos que asombran en Europa, hay que situar la intención del Gobierno social-comunista de cruzar la última de las líneas rojas que quedaban para hacer saltar por los aires la división de poderes: la reforma del poder judicial hasta dejar el nombramiento de sus miembros al albur de la mayoría de Gobierno como definitiva puntilla al Estado democrático.

    Sorprende que tal tropelía se haga con la anuencia de hasta tres magistrados que integraron en el pasado el CGPJ y que se sientan hoy en el Gobierno, como asombra aún más que lo que queda –que algo habrá– de socialismo democrático se esconda en sus particulares miedos en espera de tiempos mejores, como hace la apocada oposición.

    Como desconcierta, en fin, que otros poderes fácticos, económicos o sociales, se muestren impasibles ante estrategias políticas que, como ocurre con el berrinche de Sánchez con Madrid –750 millones de pérdidas a la semana–, afectarán muy directamente a las empresas del Ibex además de dejar la economía como un erial, como apuntan análisis internacionales conocidos esta semana.

    Aunque en el intento de renovación del poder judicial Sánchez no hace sino seguir milimétricamente las prácticas que Chávez aplicó en Venezuela –2004– por consejo de la gente de Podemos desde CEPS, no es al líder bolivariano a quien pretende emular, más partidario del cesarismo de un Putin tan efectivo al ejercer como hombre-Estado.

    Volviendo al inicio, al binomio Sanchez-Iglesias hay que concederle y elogiarle su profundo conocimiento de todos los agujeros negros de la actual democracia española por los que ir introduciendo cambios que devendrán capitales en la configuración de un régimen político a su particular conveniencia y sin que se quiebren los plácidos ánimos de una ciudadanía que asiste, inerme, a esta suerte de suicidio general.

    Las demás instituciones y poderes, instalados en el ingenuismo de lo insospechable, seguirán confiando en la pretendida invulnerabilidad del sistema sin percatarse de que de lo que va es –remedando a James Carville– ¡de la democracia, estúpidos! No otra descorazonada impresión queda al ver entre la opinión pública informada el creciente sentimiento de que sólo Europa puede salvarnos de la desgracia.

    17 oct 2020 / 00:00
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