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Es tiempo de adioses

    EL inexorable discurrir de la vida va tejiendo, en su andadura, tiempos de bonanza y de tribulación, de afectos y odios insondables, de encuentros y de adioses. La vida misma.

    En esa cadencia de esfuerzos y desmemorias, la inapelable fecha de caducidad ha llegado también para esta columna que durante casi ocho años ha querido ser fiel al propósito del escribidor de trincar, en el buque social que nos lleva, todos los elementos de a bordo para ponerlos a son de mar, a salvo de los ímpetus del rolido y del cabeceo propios de toda travesía marina. No fuera que una repentina tormenta –¡Y vaya si las hubo!– pusiera en peligro lo que se entendía imprescindible salvaguarda para una navegación en armonía, solidaridad y justicia.

    La generosidad de la empresa editora propició que, gracias al inmenso campo de libertad otorgada, los errores y desencuentros habidos sean achacables a la exclusiva responsabilidad del cronista en casi un millar de reflexiones ofrecidas en todo este tiempo. Más aún, una libertad disfrutada en los 44 años de pertenencia a un ilusionante proyecto que midió siempre sus rentabilidades por el altruista resultado del servicio a la comunidad. Ni siquiera ahora mismo reconocido. Ni por políticos, ni por sus beneficiarios. Ni por jueces.

    Nuevos tiempos, nuevas caras y acaso nuevos propósitos continuarán desde ahora una senda editorial que ojalá sea de idéntica vocación de servicio a Galicia
    –iniciada en 1878 en Ferrol– y a Compostela –desde 1938–. De entonces acá, la empresa que se despide no escatimó medios ni sacrificios –a caballo de incomprensiones e inmerecidos agravios– en su hoja de servicio a Galicia, tarea a la que esta columna, en su insignificancia de grano de arena, se sumó con fervor. La hemeroteca del diario es en todo caso fidedigna acta notarial de cómo las esencias de una tierra y sus gentes han permanecido vivas e incólumes en esa periodística navegación tempestuosa a caballo de tres siglos. Hasta la propia extenuación de vidas y haciendas –en su sentido más literal– y sin opción a segundas oportunidades.

    Y, siempre, Santiago.

    Santiago de Europa como la quería Vidal Abascal y Santiago de la fraternidad atlántica en los hombres de Nós. En Blanco Amor, la “cidade-patria de todos os galegos”.

    Santiago, en fin, “milagro vivo que no nos merecemos los españoles” en el decir de un Zamora Vicente que acaso olvidó explicitar que en esa generalización había un sitio destacado para los habitantes de la mágica e inmerecida urbe. Una regalía que, por la inveterada indolencia de sus habitantes ante la permanente generosidad externa, sigue haciendo verdad el diagnóstico del recordado amigo Joe, José Luis Alvite, que la veía como “una de las pocas ciudades del mundo en las que uno tiene la sensación de que el tiempo va más lento que el reloj”. La razón última de este adiós de hoy así lo refrenda.

    Gratitud eterna del escribidor para con sus ocasionales lectores, con la esperanza de que podamos reencontrarnos en cualquier otro recodo de la vida. Mientras, sean, por favor, felices.

    jsalgado@telefonica.net

    16 ene 2023 / 01:00
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