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Escandaloso crimen en Santa Minia

No se crea, amable lector, que este título y la historia que sigue me la invento yo. No, no, nada más lejos de mis intenciones. Esto viene en los periódicos. O vino en los periódicos. Los de finales del XIX. Las cercanías del santuario de santa Minia, en Brión, se cubrieron de sangre. Y salpicó unas cuantas páginas de prensa escrita por espacio de varios días. Si es usted aficionado a la novela negra, siga mis silenciosos pasos.

Corría el año de 1895. Enero. El domingo 20 por la mañana varios vecinos esperaban pacientemente a las puertas de la iglesia de san Fins de Brión a que llegase su párroco, don Antonio Tarrío, para asistir a la santa misa. Y el señor presbítero no aparecía. Se acercaron a la casa donde habitaba, en el lugar de Aguiar, propiedad de don José Piñeiro, para saber de él. Lograron entrar y encontraron la puerta de su habitación cerrada, pero, según algunas versiones, la ventana fracturada y abierta, y pusieron los hechos en conocimiento del juzgado municipal. Llegado el juez, se procedió a la apertura de la puerta: muebles en completo desorden, un quinqué roto, siete duros de plata sobre la mesa, unos pantalones con cinco pesetas en los bolsillos, la cama deshecha y ni rastro del buen sacerdote. Este apareció más tarde, sí, pero ya cadáver, en el lugar denominado “Agros dos Barreiros”, en paños menores, con solo un calcetín puesto, la cabeza destrozada por una gran herida, dos golpes en la cara, las uñas arrancadas, al parecer, y el resto del cuerpo magullado con cuarenta lesiones [Gaceta de Galicia (22-01-1895) y El Diario de Galicia (24-01-1895)].

¿Qué habría sucedido?, se preguntará usted. Eso mismo se preguntaron entonces. Dos explicaciones acudieron en auxilio de la curiosidad vecinal. La primera dice que unos malhechores asaltaron a don Antonio en su domicilio para robarle, éste escapó por la ventana, fue perseguido, alcanzado, muerto a golpes. La segunda asegura que el religioso fue llevado a la fuerza para permitirles a los ladrones la entrada en la rectoral de la parroquia vecina, cerca de la cual se encontró su cuerpo y donde habría un suculento botín en efectivo, pero oponiéndose a ello, lo mataron por el camino [El Correo Gallego (26-01-1895)].

Los sabuesos de la Justicia pronto empezaron una investigación y sus pesquisas les llevaron a la criada del señor Tarrío, una anciana llamada María Gómez, residente en la misma casa del fallecido, y que declaró que “nada había oído en la noche de autos”, quizá fruto de una incipiente sordera. Fue puesta en libertad [Gaceta de Galicia (23-01-1895)]. Parece que el infortunado capellán había regresado a su casa el sábado a las ocho de la tarde, de vuelta de una función religiosa en la parroquia de Lens y, molestado por el frío, se había acostado inmediatamente. La aparición de un calcetín suelto en el camino que conduce desde los Agros dos Barreiros hasta Negreira y las “desfloraciones de la piel en los pies y piernas” hacen pensar que fue obligado a caminar hasta quedar exámine [El Correo Gallego (27-01-1895)].

Las sospechas llegaron hasta el joven Ramón Queiro, procesado una vez por robo de maíz y años después por hurto de una vaca, vecino de la cercana parroquia de Cabreiros: en su pantalón y chaqueta se observaron grandes manchas de sangre, que él aseguró provenían de unos estorniños que había cazado días atrás. Interrogado por el juez durante tres horas, aunque incurrió en algunas contradicciones, negó su participación en el horrible crimen y no aportó ninguna información que le encausara [El Diario de Galicia (26-01-1895)].

Al mes siguiente el activo juez señor Pintos Troncoso se hizo con el caso y dio un empujón a la instrucción. La afable María Gómez parece que no era tan sorda como ella decía; fue procesada y encarcelada. En una “casa tolerada” (ya se puede imaginar usted lo que eso significa) de la calle de Entrerríos, en Santiago, “se hallaron tres sacos que contenían libros y efectos de la propiedad del interfecto”, llevados allí por el hermano, Manuel Tarrío Landeira, y el cuñado del finado, Francisco Mansilla Otero, que fueron detenidos junto con las inquilinas de la casa, por hurto [El Diario de Galicia (14-02-1895)]. Ahora bien, esto es un presunto delito contra la propiedad, no asesinato. Todos los procesados salieron de prisión bajo fianza un par de días más tarde.

Hasta donde yo pude investigar, el juez de instrucción no dio con la pista certeza y la causa quedó inconclusa y archivada. “La coartada la presentan bien los asesinos, porque tan pronto aparece una señal como desaparece”. Durante una buena temporada ninguna persona de la aldea de Brión se atrevía a salir de casa una vez dado el toque de ánimas, “temerosos de que los fantásticos asesinos repitan sus hazañas” [El Diario de Galicia (27-01-1895)]. En fin, otro episodio más para Caso Abierto; a ver si se animan a investigarlo, mientras voy a la tienda a comprar palomitas.

24 oct 2022 / 01:00
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