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Europa y las ideas huecas

Una de las diferencias entre la gente corriente y los responsables políticos es que, mientras que a una persona cualquiera se le puede preguntar si es tonto cuando no para de decir tonterías, por el contrario al político que también las dice no se le puede decir nada, porque los políticos sientan cátedra y son capaces de condicionar lo que la gente tiene que decir y pensar cada día.

Grandes autoridades europeas han sugerido que celebrar la Navidad podría ser ofensivo para los no creyentes, sin pararse a pensar que esa fiesta tiene cada vez menos de religioso y más de familiar y de consumo de todo tipo. Y sin darse cuenta además que si la idea del nacimiento del fundador del cristianismo puede ser ofensiva, para no herir sensibilidades habría que reformar el calendario, ya que Occidente vive en el año 2021 de la era cristiana, que se habría iniciado con el nacimiento de Jesús, y considera festivo el domingo, así llamado por ser el “día del Señor”, o sea de Dios.

Los musulmanes cuentan su era a partir de la fecha de la Hégira, y por eso no viven en el año 2021, y los judíos ortodoxos a partir de la supuesta fecha bíblica de la creación del mundo, por lo cual, para no herir sensibilidades, habría que comenzar por negociar para saber en qué año exacto estamos viviendo. Eso sí, dejando a un lado a casi la mitad de la humanidad: los chinos e hindúes, que también tienen sus propias eras.

Pero la cosa no acabaría aquí, porque nuestro calendario occidental se basa en una división convencional: la semana, que es una creación propia y exclusiva del judaísmo, que estableció un período fijo de días para celebrar en uno de ellos el Sabbat, o sea la fiesta dedicada al descanso y los ritos religiosos. Cuando nació el cristianismo asumió la semana judía, pero cambiando el día del Señor del sábado al domingo, para así diferenciarse del judaísmo. Y lo mismo hizo el islam, que tomó esta misma medida de tiempo, pero escogiendo otro día para el culto: el viernes, para así poder distinguirse del judaísmo -religión de la que nació- y del cristianismo. Tenemos, pues, otro gran tema a negociar en las altas esferas bien-pensantes de la política europea, tan bien dispuestas a no herir sensibilidades simbólicas como a mirar para otro lado ante los problemas reales de los pueblos no europeos, cuando se trata de la guerra, el hambre, la inmigración o las pandemias. Cuestiones todas ellas que no parecen herir la tierna sensibilidad europea.

A la Navidad le sucede la fiesta de Año Nuevo, sobre la que también habría que llegar a un acuerdo, pues se trata del año cristiano, establecido por la Iglesia, partiendo del año juliano, creado por Julio César. Los cristianos ortodoxos comienzan el año en otra fecha diferente al 1 de enero y ni que decir tiene que los musulmanes, judíos, chinos e hindúes también. Todas las fiestas son diferentes, pero desde los comienzos de la historia también tienen tres caracteres en común: son reuniones familiares y sociales que se celebran en períodos prefijados a lo largo del año. En ellas se interrumpe el trabajo y se celebran comidas en común, consumiendo bebidas y alimentos mejores y más caros, y en ellas se comparten e intercambian bienes como regalos. Desde los cazadores del paleolítico hasta hoy esto ha sido así.

Los componentes religiosos fueron fundamentales a lo largo de la historia y lo siguen siendo en el islam, el judaísmo, el hinduismo y parcialmente en China, pero debemos reconocer que en el cristianismo se fueron debilitando a la par que ha ido decayendo la práctica religiosa. ¿Cuántas personas conoce Ud. que vayan a la misa del Gallo o asistan a misa el día de Navidad? Me temo que muchas menos que las que no asisten a los oficios religiosos. Y es que la Navidad y el Año Nuevo son fiestas familiares y sociales, en las que lo más importante es la sociabilidad y el consumo de alimentos, bebidas, la diversión y los regalos. ¿Qué tienen estos componentes de ofensivos para los no creyentes? ¿Para los no creyentes en qué?

Porque se puede criticar la Navidad y no fiestas artificiales y comerciales, como el Día de San Valentín, que por cierto se celebra -o celebraba- en países de tan honda raigambre cristiana como Afganistán. Y lo mismo podríamos decir del Black Friday, que parece ya consagrado en la multicultural tradición europea, o del famoso Halloween, ahora Samain en Galicia, para diferenciarnos como celtas que se supone que somos del resto de España, que no era celta porque era semítica, según la teoría racista de Vicente Risco.

El cristianismo introdujo la fiesta de “todas las almas”, en Inglaterra “All Souls”, y en la tradición católica de “Todos los Santos” y de “fieles difuntos”. Esta fiesta cristiana, sin antecedentes directos ni en Grecia, ni en Roma, ni en el mundo céltico prerromano, que tenían todos y cada uno de ellos otras fiestas diferentes para el recuerdo y el culto de los muertos, cayó en desuso con la Reforma protestante, pero se mantuvo en los países católicos. Los irlandeses la llevaron a los EE. UU. y allí se convirtió en Halloween, reexportándose de nuevo a Europa como una fiesta nueva. Una vez que ya estábamos acostumbrados al “truco o trato” de los niños en Halloween, mientras en los cementerios católicos se seguían llevando flores, resulta que, como parte de la reivindicación del cristianismo céltico, se reivindicó el Samain galo como genuinamente gallego.

En la Alta Edad Media existió el cristianismo céltico, creado en los monasterios irlandeses e ingleses. En él por cierto lo más importante fue el cálculo de la fecha de la Pascua en fechas diferentes a la iglesia de Roma, la tonsura de los monjes y otros aspectos de la liturgia y la regulación de la vida monástica desconocidos por los defensores de las profundísimas raíces celtas de todo lo que ignoran. He escuchado este año a un alcalde gallego explicando que en los castros los celtas gallegos colocaban calaveras en las puertas y encendían una vela dentro para alejar a los enemigos. El erudito munícipe mezcló varias cosas que le sonaban vagamente: las esculturas de las cabezas cortadas de la Galia, la idea de las imágenes apotropaicas, que se colocaban en las puertas de los palacios y templos para alejar a los enemigos, las calabazas y las velas, que no fueron utilizadas en la antigüedad ni céltica, ni de ningún otro tipo.

Aquí tendríamos una fiesta y una tradición popular inventadas pero políticamente correctas, se supone. Y es que habría que favorecer, como parte de la investigación de I+D, la profesión de inventor de fiestas tradicionales, porque innovaciones son, al fin y al cabo. Aunque quizás lo mejor para todos y para Europa sería estudiar su pasado, no ser trivial, y centrarse en los problemas reales de europeos y no europeos.

El odio religioso ha existido desde los comienzos de la historia. Egipcios, mesopotámicos, griegos y romanos destruyeron sin piedad templos e imágenes de los pueblos derrotados y conquistados. Los cristianos destruyeron santuarios del paganismo, los musulmanes templos cristianos. Después de las dos destrucciones del templo de Jerusalén, durante siglos destruir sinagogas y quemar los libros sagrados del judaísmo fue un entretenimiento periódico de cristianos y musulmanes, cada vez que arrasaban los guetos o aljamas de las pequeñas comunidades judías que no se podían defender, a la vez que se destruían sus cementerios.

Tras el siglo XVI los protestantes arrasaron monasterios hasta casi la última piedra, y quemaron imágenes religiosas de todo tipo. Los protestantes quemaban libros católicos y los católicos los protestantes. Tras finalizar la Edad Media, con su yihad y sus cruzadas, las guerras más violentas de los siglos XVI y XVII europeo fueron guerras de religión. Los católicos elevaban a la categoría de mártires a los protestantes y viceversa. Solo la Paz de Westfalia (1648) consagró la idea de que cada reino podía tener su religión y que la religión no debía ser causa de la guerra.

Quien se siente ofendido por los edificios religiosos de otros pueblos y creencias es un fanático, como lo eran los nazis, los rusos y muchos más cuando quemaban sinagogas, iglesias o mezquitas. Por la misma razón quien se ofende por las fiestas de los demás es igualmente un fanático, y a veces además un auténtico imbécil, lo que es lógico, ya que fanatismo e inteligencia nunca han sido compañeros de viaje.

Pero lo peor no es eso, lo peor es que haya quien crea que puede decir que solo él no es fanático, y que él es quien reparte los carnets de fanatismo y las patentes de ofendidos en sus sentimientos. Si criticar los desfiles del orgullo gay es una muestra de intransigencia, también lo es criticar las procesiones, las celebraciones religiosas católicas, el Ramadán y la peregrinación a la Meca, o las fiestas judías en los países en los que hay judíos.

El futuro de Europa no depende de que dirigentes con nombres religiosos cristianos, santa Úrsula, santa Ángela, Emmanuel, san Pablo, san Pedro, que son los de su tradición cultural, pidan la supresión de los nombres cristianos o judíos y creen de cero un nuevo calendario, con su año I, como el de la revolución Francesa, sus nuevos meses, Floreal, Termidor, sino de que Europa demuestre que puede ser un proyecto político viable en su economía, sociedad, cultura, defensa y quizás que admita que ya ha perdido para siempre su liderazgo mundial, pasando a ser una megalómana potencia secundaria.

19 dic 2021 / 01:00
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