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Familia, sociedad y fracaso escolar

LA demagogia de muchos políticos, especialmente cuando están en el poder, y de los sindicatos, en su ansia por mantenerlo unos, y por no bailar con la más fea los otros, les lleva a hacer una ecuación errónea, mezclando las churras con las merinas: fracaso escolar y falta de inversión son las dos caras de una misma moneda. A mayor inversión en educación, menos fracaso escolar. Pero la realidad es terca y no siempre sucede así.

La verdad es que, señores políticos con poder y representantes de los sindicatos, el fracaso escolar, como ya he sostenido en otra ocasión, tiene mucho menos que ver con el planteamiento de la enseñanza que con la actuación y comportamiento de las familias, así como con los hábitos sociales actuales que nos hemos dado los españoles. Ahí, precisamente en la familia y en la sociedad, está la madre del cordero, que diría Juan del Pueblo.

En las familias en las que los padres se comportan predicando con el ejemplo, exigiendo a sus vástagos esfuerzo y responsabilidad, los resultados son distintos a los de las familias que hacen dejación de sus deberes y descargan su responsabilidad en la escuela –cuando ésta desde hace muchísimos años ha sido superada largamente por la Televisión y las redes sociales en general–. En su incuria dolosa exigen a los profesores, como en las casas de lenocinio a las jornaleras del placer toda clase de servicios, como, hace tiempo, dijo el prof. García Garrido: “Que sean enfermeros, guardias, animadores culturales, árbitros, asistentes sociales, relaciones públicas”, y todo ello con una cicatera paga. Ya les basta con lo bien considerados que están socialmente –como en Finlandia, por ejemplo– y con las vacaciones, cada vez más reducidas por la presión social de las familias, con el pretexto de que, finalizado el curso académico, no tienen donde aparcar a sus hijos.

No tienen en cuenta, por comodidad egoísta o ignorancia, que el trabajo intelectual –los centros de Enseñanza Secundaria y Universitaria no son guarderías–, tanto de los alumnos como el de los profesores, tiene, como en la Iglesia, sus tiempos litúrgicos y los docentes necesitan un tiempo de Cuaresma –vacaciones– para recuperarse y prepararse con vistas a la Pascua del curso siguiente, en el que ¡faltaría más! seguirán lidiando a sus hijos, con el gran riesgo de tener que pasar por la enfermería, pues, como ya es archisabido, la falta de disciplina, las agresiones verbales y las físicas, generan, para decirlo con eufemismo, un alto nivel de baja psicológica en el profesorado.

Y, para colmo, padres, organizaciones docentes, sindicatos y partidos políticos roussonianos reman contra corriente, como vienen haciendo en esos deporables consejos escolares, valorando el posible endurecimiento del régimen disciplinario en el caso del nefasto y cancerígeno bullying, como “represivo”. Y, ¡asómbrense Vds.! los políticos con poder vuelven a confundir las churras con las merinas, ¡e dalle!, acudiendo a la ingeniosa demanda de frenar la indisciplina dándole más recursos a la red pública. ¡Cosas veredes...!, a no ser que esos recursos se destinen a darles escolta a los profesores que sufren agresiones; o a la adquisición de cancerberos que protejan a la víctima durante el ritual del bullying; o bien a la contratación de matones de discoteca que expulsen ellos –no el profesor, que eso traumatiza– a los alborotadores que convierten el aula en un patio de Monipodio.

Sabiendo y, midiendo muy bien lo que me digo, ésta que acabo de explanar es la situación alarmante, pero incuestionable, en la que se encuentran muchísimos eentros de Educación Secundaria.

Y, por si fuera poco, a los partidarios del igualitarismo forzado no se les ha ocurrido otro proyecto que no fuera diseñar una Enseñanza Secundaria como una mera prolongación de la Primaria, impartida por igual a todos hasta los 16 años, y reduciendo, por tanto, el Bachillerato a sólo dos años, el Bachillerato más corto y raquítico de Europa.

CONSECUENCIAS: alumnos desmotivados, que son obligados, especialmente entre 14 y 16 años, a estudiar a fortiori, que en su desgana se vuelven conflictivos, rompen la armonía de la clase estorbando las explicaciones del profesor, y, en definitiva, como dije supra, la convierten en un patio de monipodio. Mientras tanto, las autoridades académicas “a velas vir”.

11 nov 2022 / 01:00
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