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Felipe y la orfandad

    DECÍAMOS el otro día que el denominado jarrón chino, es decir, el expresidente, tiende a hablar y a pronunciarse, más que nada porque se siente liberado del peso indecible del poder, esa imperiosa necesidad de encajar la frase adecuada en el guion escrito a varias manos y corregido también por unas cuantas. Hoy los guiones del poder están muy mirados.

    Fue, en efecto, Felipe González quien abonó hace años esa teoría de los valiosos jarrones que tanto estorban en los salones principales, pero ayer, en la presentación del libro de Antonio Caño sobre Rubalcaba, y antes en Onda Cero con Alsina, vino a decir que a él no le calla nadie, o sea, aunque sea un jarrón. Quizás esa sea la misión de los ex, con su bagaje, hacer una lectura crítica del presente, incluso una lectura crítica de los suyos, de los que se suponen próximos, una lectura libre, aunque es verdad que todo fluye y quizás nunca se pueda bañar uno en las mismas aguas del río de la Historia.

    El conflicto con los mayores, como suele decirse, es tan viejo como el mundo. Las ansias por escribir algo nuevo, por redactar los nuevos renglones, son loables, y no diré aquí que esto es lo propio de la animosa e irreverente juventud, la juventud en marcha, pues ya no hablamos de jovenzanos en edad de meritaje, sino de políticos de mediana edad curtiéndose en la frialdad marmórea de los pasillos del poder. Tengo para mí que se ha perdido utopía y se ha ganado en el pragmatismo de lo inmediato, quizás porque esta no es época de sentimentalismos ni de ideas profundas.

    La realidad está llena de sumas y restas, y las ideologías, tantas veces, no aguantan un discurso filosófico, una elaboración compleja, sino que se inclinan por la gratificación inmediata, como pasa en las redes, por el ya vamos viendo, pues en tiempos de coaliciones no se mira tanto el paño, o eso me parece. Otra cosa es que, cosido el traje, luego nos tire de la sisa.

    Esa “orfandad representativa” que González dice sentir, puede tener que ver, según Adriana Lastra, con el cambio generacional, de tal forma que los que redactan la Historia de ahora mismo se identifican más con una ruptura, o con una mirada radical que cuestiona parte del pasado inmediato, que con una evolución suave.

    Es tanto como decir que los puriles siguen con su movida guay de la Transi, donde claro que hubo concesiones, pero que los nuevos tiempos exigen ese pragmatismo acelerado de los números, y que unos presupuestos generales son el comienzo, no el final.

    De acuerdo en lo de la pasta, hacen falta unas cuentas, de acuerdo, pero es un error que la política contemporánea beba tanto del enfrentamiento y la contradicción y tan poco del consenso. Acordar no es necesariamente cosa de pusilánimes. Polarizar, en cambio, siempre es una mala idea, lo haga Trump o su porquero. Es verdad que Sánchez tuvo una travesía tormentosa en su partido, y que la lucha contra la sombra de los viejos jarrones, o barones, siempre estuvo ahí. Ahora reverdece, porque las coaliciones, perfectamente legítimas, no pueden evitar a veces cierto perfume de matrimonios de conveniencia. Peor, sin embargo, el divorcio. Y, mucho peor, la orfandad.

    27 nov 2020 / 00:00
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