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Galicia, vuelta a las leiriñas

    EN Galicia, como el Ampurdán catalán de Lluis Llach, se repite la condición de ser un “país tan pequeño que desde lo alto de un campanario se puede ver el campanario vecino”. Por eso no es descabellado deducir que el sentido de pertenencia al terruño, de defensa de la minifundista parte en que se divide tan diminuto país constituya uno de los principales signos de nuestra idiosincrasia. Una situación que, presente en lo rural, se proyecta también en lo urbano, quizá por ese efecto simpatía con que los artificieros justifican algunas de las explosiones aparentemente inexplicables, la contigüidad.

    Los ejemplos de esa defensa de lo propio frente a la acaso mejor propuesta u oportunidad del vecino y por encima de todo raciocinio se multiplican a lo largo de nuestra historia como gritan los tres aeropuertos gallegos, los puertos exteriores de Ferrol y Coruña, que en Vigo los peregrinos se pierdan por la negativa municipal a la señalización del Camino o, más recientemente, que la Diputación pontevedresa rehúse cumplir el precepto legal de exponer sus cuentas en el Parlamento que nos representa a todos. Pues no, ya ven. Cada uno en su leiriña y Dios en la de todos.

    Fue José María Suárez Núñez, el recordado rector de la entonces única universidad gallega el que con el buen juicio que presidió toda su actividad pública diseñó una fórmula de campus especializados en distintas ramas del saber, con la mayor de las autonomías para cada uno de ellos de modo que, sin perder la pertenencia a la cinco veces centenaria institución, permitiera que cada una de las principales ciudades gallegas se distinguiera en una modalidad del conocimiento, como complemento de las demás y sin interferencias ni duplicidades que reverdecieran la aludida terquedad minifundista. ¿Resultado? Todo se vino abajo porque la clase política del país hizo la mayor de las barbaries imaginables para la Autonomía al dividir la única Universidad compostelana en tres centros superiores con titulaciones –Filologías, Derecho, Economía, Química, Biología, Informática...– desdobladas y repetidas, con serios problemas de dotación profesoral y, consecuentemente, muy dispares en los estándares de calidad.

    Ahora mismo, los intentos
    –afortunadamente abortados– de Santiago, A Coruña y Ourense a optar por separado a ser sede de la Agencia de Inteligencia Artificial que el Gobierno central más subasta que adjudica, como puede deducirse del decreto de convocatoria, no son sino un nuevo ejemplo de ese permanente espíritu de la leiriña sin pararse a pensar que, desde Filipo de Macedonia, toda división es signo de debilidad y derrota.

    Las Medallas de Galicia de 2019 fueron para los ex presidentes autonómicos de Asturias Javier Fernández y de Castilla y León Juan Vicente Herrera, socialista y popular, por, dice la Xunta, su trabajo en “la defensa de los intereses” en común con los gallegos y por ayudar a “consolidar la conciencia del Noroeste”.

    Sorprende que este tiro por elevación se olvide de la primaria necesidad de que, antes que la del Noroeste, la que necesita afianzarse es la “conciencia de lo gallego”. Sin leiriñas particulares.

    07 nov 2022 / 01:00
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