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Gatos pequeños, ratones grandes

    GOBERNAR significa ir lidiando con las crisis, es decir, con las decisiones, si atendemos a la etimología de la palabra. No se puede esperar que una legislatura sea un largo río tranquilo y, de hecho, en los tiempos que corren, cualquier forma de tranquilidad se ha acabado. Se lleva la tensión, el choque, también la pelea dialéctica (a menudo vacua, repetitiva o estética). Bien, así son las cosas en el mundo de hoy. El vértigo y la velocidad, al parecer inevitables, han cambiado el peso del mundo: y creo que para mal.

    Pero lo cierto es que las crisis no desaparecen como por ensalmo. La crisis es consustancial al gobierno: decidir, decidir o decidir. Esa es la cuestión. Y eso implica la posibilidad de equivocarse, desde luego. Las crisis no dejan de aparecer, tanto en lo doméstico como en lo global. Los líderes políticos están ya acostumbrados a ir de una a otra, quizás porque el empuje mediático no soporta bien el silencio, ni el vacío, sino que quiere acción, más acción.

    ¿También los ciudadanos? Quizás. Los que no se separan de las redes sociales puede que necesiten ese alimento cotidiano de la polémica, creyendo que sin ella hay demasiada tranquilidad, demasiada quietud. La lentitud y la calma están mal vistas en el mundo de hoy. Y claro, así nos va. Hay muchos que confunden lentitud con inacción, como se confunde el rostro agrio y las palabras desabridas con la seriedad y la rectitud. Una auténtica pena.

    Con todo, las crisis sirven para que un político se reivindique. Hoy hay elecciones en Alemania, y muchos analistas ven en ellas un momento clave para el futuro inmediato de Europa. Merkel, venerada por una solidez poco proclive a veleidades de micrófono (o de redes sociales: por la boca muere el pez), ha ido al fin a apoyar a los suyos, es decir, a Laschet, en el que ve la mejor receta para los tiempos de tribulación: no hacer mudanza. Así la cosas, la continuidad (por no hablar del muy celebrado aburrimiento democrático, creo que lastimosamente perdido) parece la mejor solución, según ella.

    Lo que se dirime es eso: continuidad o apostar por Scholz, al que se le atribuye haber llegado con posibilidades de triunfo, o, al menos, de empate, al tiempo de descuento. Pero Greta Thunberg se acercó a Berlín para encabezar una marcha de los jóvenes en la que exigían medidas urgentes contra el cambio climático. Saben que ese el es quid de la política venidera, aunque Annalena Baerbock, la líder de Los Verdes, ya no tenga el predicamento que llegó a tener. Pero serán decisivos, creo. Por eso Merkel y Scholz abrazan esa causa (la de Greta, la de Fridays for Future): como para no abrazarla a pocas horas de las elecciones. ¿Y nuestros verdes? ¿Marcarán una agenda con personalidad propia, una agenda estrictamente climática?

    Lo de Alemania es un capítulo importante para el futuro de Europa, que vive una crisis por el contexto (también de crisis) de todo el planeta. Con Biden decidido a hacer su política, sin mirar mucho a nadie (salvo a China, que es donde mira todo el rato), con el desplazamiento geopolítico al Indo-Pacífico, el Quad y el Aukus en marcha, ¿cómo podrá Europa retomar su papel global? Debe hacerlo. Por eso se espera a Alemania. Los gatos se hacen pequeños y los ratones no dejan de crecer: alimentados, quizás, por el queso de la incertidumbre y eso que ayer El País llamaba “el desgobierno del mundo”.

    26 sep 2021 / 01:00
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