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Geometría

    AUNQUE la geometría, en su forma más sencilla, ya se conocía en el Paleolítico, lo cual puede observarse en las obras de los pintores y escultores, pongo por ejemplo, de Lascaux o Niaux, y así lo confirma la ciencia, al demostrar la precisión, de estos primeros astrónomos, en la medición de distancias estelares; fue, sin embargo, en las primeras grandes civilizaciones, cuando la geometrización de los campos, o sea su división en parcelas cuadradas o rectangulares, para mejorar el sistema de irrigación, tuvo consecuencias en la sociedad y por tanto en el arte.

    Los sumerios redujeron a sus dioses y reyes a poco más que a cilindros y esferas, pero ya los acadios mediante las proporciones, o lo que es lo mismo, las relaciones numéricas de las partes con el todo, mostraron a dioses y soberanos orgullosos, esbeltos, poderosos. Aunque el honor de llevar la geometría aplicada al arte a su máximo nivel, le correspondió, entre los pueblos antiguos, a los egipcios. Los griegos recogieron el sistema y dieron lugar a un arte realista, pero igualmente basado en las proporciones. Lo cual asimilado por Roma originó la cultura grecolatina que reinterpretada, reformada, reconstruida, incluso desbaratada, ha llegado hasta nosotros.

    Puede decirse que mi interés por estas cuestiones, se produjo en los últimos meses, tras pasar una temporada en Florencia, antes del confinamiento y luego dedicarme a estudiar la escultura románica. También como pintora formada en la Academia, en el mismo ideal grecolatino que acabo de describir, y como profesora que he sido, durante siete años, de geometría plana y descriptiva, he llegado a la conclusión de que el románico, además de ser el primer gran arte monumental europeo después de la caída del imperio romano, también es el enlace entre el mundo antiguo y precursor directo del Renacimiento, que se inició en Italia en el siglo XIV y pervivió hasta el XVI.

    Me explico, una vez desintegrado el imperio romano, la barbarización de occidente condujo a la desaparición casi total de la cultura y del arte clásicos. Aunque en los siglos VII y VIII artistas bizantinos que huían de las conquistas musulmanas y de las persecuciones iconoclastas influyeron en el arte y la cultura de algunas zonas de la península italiana, del noroeste de Francia y oeste de Alemania, fue Carlomagno quien despertó el espíritu de Roma, no tanto en su fondo como en su temática.

    La renovación se inició, al mismo tiempo en la arquitectura, pero tuvo mayor repercusión en la literatura y en la miniatura, porque llamó a su corte a los hombres más doctos, y los copistas, supervisados por Ferriéres y Eginardo, trasladaron los clásicos en versión original, a Homero y a Virgilio condenados por la mentalidad de su tiempo por paganos, pero admirados entre los sabios carolingios por la elegancia y exquisitez de pensamiento.

    Los miniaturistas empezaron a incorporar en las ornamentaciones, motivos de grecas, palmetas, roleos de viña y acantos. Modelaron el cuerpo, presentaron personajes, animales, paisajes y personificaciones tomadas de los murales romanos. Rescataron amorcillos, tritones, nereidas, sirenas, contiendas entre vicios y virtudes, de carácter profano. Ilustraron libros científicos de botánica, zoología, medicina, astronomía, las comedias de Terencio, las Fábulas de Esopo, enciclopedias y calendarios, que nos trasmiten imágenes de dioses y héroes paganos. Decoraron objetos de devoción con escenas pastoriles de las Eglogas de Virgilio. Al igual que Ada, hermana de Carlomagno, en cuya escuela de miniaturistas se adornaron obras a imitación de los camafeos romanos. El sol, la luna, el océano, la Tierra, Atlas aparecen en su representación clásica, incluso en la crucifixión de Cristo.

    El gobierno de Carlomagno supuso una vuelta al orden, a la reconstrucción de Europa, a la unión de los pueblos, bajo una misma espiritualidad y un mismo arte. Esta renovación carolingia, aunque interrumpida y luego retomada, pasado un primer momento ornamental, los arquitectos, escultores y pintores, trashumantes, internacionales, calaron en el auténtico espíritu del arte grecolatino, recuperaron la monumentalidad y la gometrización, en las proporciones, ello puede observarse desde sus inicios en el siglo X, y más en los XI y XII.

    Mateo y sus ayudantes, en un monumento tan representativo como el Pórtico de la Gloria, nos muestran un destino celestial ordenado, proyectado con cuadrícula, al que podemos acceder con una actitud vital igualmente mesurada. Un mundo que buscó unidad, fuerza de conexión frente a los invasores que amenazaban nuestra civilización. Rafael de Urbino, rindió homenaje a: Euclides, Arquímedes y Pitágoras. Miguel Ángel, en sus últimas obras, volvió a la pureza de las formas medievales.

    Siglos más tarde, el desbarajuste social que condujo a las grandes guerras del siglo XX, se tradujo en el arte, y los artistas hijos de tiempos trágicos y convulsos, descuartizaron a Euclides. Picasso, bastante menos espiritual, que sus admirados maestros románicos, pervirtió la geometría. Eso es lo que venimos arrastrando, ciudades caóticas, sin el respiro de la naturaleza, geometría de almacenaje que aprisiona personas en cajones, juntas, comprimidas, todo ello representado por un arte desconcertado, anárquico.

    Antaño el arte nos acercaba a lo infinito, hoy está en función de intereses materiales. Mientras tanto Florencia languidece como metáfora de la pesadilla apocalíptica, plasmada en piedra, por algún viejo maestro, arrasada por multitudes que carecen del mínimo sentido de la armonía y las bellas proporciones.

    15 sep 2020 / 00:00
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