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Gestionar lo inesperado

    LA visión global de la sociedad se le da muy bien a la filosofía. Y quienes cultivan la filosofía, aun pareciendo que pasan su tiempo entre biosbardos esotéricos, son muy capaces para la reflexión esencial, en una relación no siempre pacífica con la ciencia. Lo acaba de poner de manifiesto el intelectual Edgar Morin, al decir que mucha gente no comprende que las ciencias avanzan a través de la controversia.

    Y las controversias son parte fundamental de la investigación, es decir, del progreso. La incertidumbre en primer plano, como tantas veces se ha puesto de relieve, y la crisis del covid-19 ha inoculado la falta de certeza no sólo en las personas, sino también en las organizaciones. Y lo hace con una dimensión existencial, porque son tiempos en los que la línea entre ser y dejar de ser es tan fina como débil.

    Gestionar lo inesperado para diseñar un mundo mejor, sin seguridades artificiosas sobre un new happy world, es una tarea tan necesaria como compleja. Algoritmos y datos, computadoras e ingenierías avanzadas, optimización de las potenciales respuestas a escenarios difícilmente previsibles. La pandemia ha avisado, ni la gestión de uno mismo ni la administración de la sociedad van ir de la mano de la rutina. Todo es controvertido.

    Abandonar la perplejidad es una condición necesaria para identificar fragilidades y construir fortalezas basadas en el conocimiento y en el consenso social. Por eso resulta tan ridículo el espectáculo de los rifirrafes políticos, mientras el trasatlántico navega sumido en la niebla, acunado por la soberbia tecnológica.

    ¿Alguien sabe qué es la nueva normalidad? Pues se me ocurre que la mejor respuesta es aquella que la identifica con un mundo en el que la incertidumbre es habitual, no excepcional. Y uno se podrá revituallar en alguna isla, para seguir explorando el archipiélago u oteando el continente.

    El coronavirus es un shock exógeno, ni económico ni financiero, dotado de un vector de incertidumbre nunca visto. Lo único cierto es la falta de certeza, que parece querer llevarnos al seno materno social, dispuestos no pocos a la transacción más peligrosa: seguridad por libertad. Sí, no hemos dado un triple salto mortal: habrá que cuidar de la salud de nuestras democracias. Y, tomando palabras de Victoria Camps, la incertidumbre tiene una vertiente positiva, obliga a pensar. A ver si es verdad.

    04 nov 2020 / 00:00
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