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Granell, Cunqueiro y el periodista

    HACE ya bastantes semanas que recibí con alegría un librito singular: ‘Personaxe fantasmal duha historia de Álvaro Cunqueiro’, de Paco López-Barxas, publicado, con exquisito gusto, por la Casa Museo Álvaro Cunqueiro, en Mondoñedo.

    A estas alturas López-Barxas ya nos tiene muy acostumbrados a sus incursiones en la obra y la memoria de los grandes intelectuales de Galicia, empezando por la Xeración Nós, bien recientemente de aniversario, y siguiendo por aproximaciones a otros escritores, artistas o etnógrafos, que formaron parte, también, de su educación sentimental en aquellos años de actividad cultural, a veces subterránea, de un Madrid no tan somnoliento. Poco a poco, sus conversaciones de joven letraherido con los que ya eran, como hubiera dicho de ellos E. M. Forster, autores de “grandes hoteles de la literatura” (en su imprescindible ensayo Aspectos de la novela), se abrieron paso en las imprentas y en los anaqueles de las librerías. Así, muchos de los libros de Barxas son en realidad el resultado de sus relaciones humanas.

    Bendita profesión que nos permite acercarnos a los grandes y beber de su mano, sobre todo, he de decirlo, en lo que se refiere al periodismo cultural. López-Barxas es un gran testigo de todo esto, y este pequeño librito al que aludo, por el que desfilan el propio autor, Álvaro Cunqueiro y su hijo César y el pintor surrealista Eugenio Granell es un buen ejemplo que lo que digo.

    Este delicado libro, que llega bajo la coordinación editorial que ejerce en la Casa Museo el crítico y especialista Armando Requeixo, y del que ya se ha hablado y escrito, es una joya que nos presenta la amistad primera de Granell y Cunqueiro, casi de la misma edad, compartiendo conversación en la tiniebla de Madrid, que se dirigía a la guerra un día después, el 18 de julio. El volumen, casi un breviario de aquellos que uno leía devocionalmente en el Fondo de Cultura Económica, ahonda maravillosamente en la amistad y el arte, con la naturalidad de la conversación, al tiempo que se apartan las telas ominosas de la guerra que viene. Pues se habla de Valle-Inclán, que espera ser retratado desnudo y a caballo por Lugrís, de los Dieste, de la pasión de Granell por las otras artes que no eran la pintura, la actuación, o la música. Ahí sale Castroviejo, y ahí salen los enamoramientos del pintor surreal.

    Más nos toca de cerca la segunda escena de esta breve obra, tan delicada y memoriosa, en la que Cunqueiro escribe y recomienda a Borobó, director de La Noche, copiosa e inolvidable herencia cultural de esta casa, imprescindible tesoro del periodismo artístico, la obra Isla Cofre Mítico, del propio Granell, editado en Puerto Rico por la editorial Caribe. Con el término isla se juega en esta dramaturgia barxiana, pues Granell y Cunqueiro eran islas de grandeza y de imaginación, territorios feraces en los que siguen naciendo las extrañas flores de lo soñado y de lo inventado. La “illa do surrealismo” de la que Cunqueiro habla a su hijo en aquellos días (1953) es muy querida por Barxas, gran amigo que fue del dominicano Iván Tovar, o de Cruzeiro Seixas, cuyas cartas publicó recientemente en Medulia.

    Esta obra teatral de un acto se cierra con la conversación entre Granell y el periodista y autor, en 1991, con motivo del Día das Letras Galegas dedicado a Cunqueiro. Un hermoso final en el que surgen de nuevo las islas y los cofres, en el que el periodista dice “todos sabemos que Cunqueiro fixo literatura nos xornais”. Hemoso encuentro, sí, en el río de la memoria.

    23 ene 2023 / 01:00
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