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Gulliver en el plató

    QUE el bipartidismo tenía muchos defectos nadie lo duda, pero a la hora de los debates sus ventajas sobre el sistema actual eran enormes. Claridad en los mensajes, réplicas ágiles, fluidez. Dos púgiles dialécticos sobre el ring fijando la atención del público durante los asaltos temáticos establecidos. Todo eso pasó a la historia y habría mucha gente que lo echaría de menos al contemplar el extraño espectáculo que ayer se dio en la Televisión de Galicia.

    Fuerzas de representatividad muy diferente se dedicaron a realizar varios debates cruzados que pocas veces guardaban coherencia. En ocasiones daba la impresión de que las intervenciones habían sido gravadas previamente y emitidas en una especie de collage. Quizá haya ganado el pluralismo pero a costa de desperdiciar una cita electoral esencial, sobre todo en una campaña tan atípica.

    Como suele suceder, el favorito procuró no arriesgar. Era innecesario habida cuenta de la confusión reinante. Feijóo fue como Gulliver en Liliput. Todos querían atarlo con pequeñas cuerdas que unos tensaban por un lado y otros por el otro. Chocante resultaba que el representante de Vox lo acusara de nacionalista y cómplice del Gobierno central, al tiempo que el candidato del PSdeG se refería a la deslealtad del líder de los populares gallegos con Sánchez y su connivencia con la extrema derecha. Esa vinculación de Feijóo con los ultras, capital en la precampaña de Caballero, recibió un estocada mortal gracias al enviado de Abascal, casi más agresivo con el PP que con la izquierda.

    No cambiar esa parte del guion fue un error del socialista, así como también erigirse de nuevo en cónsul en Galicia del Gobierno, algo que le restó potencia en el debate. El deseo de seguir las pautas gubernamentales se notó incluso en el trato dado a Ciudadanos, acorde con la luna de miel que Sánchez y Arrimadas viven en la política nacional. La candidata naranja, por cierto, disputó en ocasiones la función de moderadora con los moderadores oficiales del debate. A Beatriz Pino se le notan las tablas televisivas, aunque eso no impida que su candidatura se parezca a la misión de los kamikazes al final de la guerra.

    Ana Pontón volvió a lucirse. El suyo es un puño de hierro en un guante de seda. Sabía lo que quería, tenía claro su objetivo y no se dispersó en escaramuzas. Sobresalió entre los liliputienses porque, a diferencia de Caballero y Gómez- Reino, no tenía el lastre de la obediencia debida a Sanchez o Yolanda Díaz. Jugó como lideresa de la oposición, sacrificando incluso las aristas agresivas de su nacionalismo, en esta ocasión más peneuvista que abertzale.

    ¿Pancho Casal? Candidato accidental, hizo lo que pudo para mantener la bandera de una marca que tal vez esté viviendo sus últimos momentos. El Gulliver del plató repitió la peripecia del creado por Swift, que se desata cuando puede, contempla desde sus alturas las guerras intestinas de Liliput y regresa en cuanto le es posible al hogar. Es más o menos lo que hace Feijóo tras este debate extraño que hace añorar los viejos tiempos del bipartidismo. Hubo, en fin, mucho ruido y pocas nueces. Los moderadores merecen una medalla y el espectador otra.

    29 jun 2020 / 23:54
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