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Hablar claro

    Si hablar es la facultad del ser humano para expresarse, entenderse e intercomunicarse, eso solo se logra utilizando correctamente la palabra. La palabra es una facultad y, a la vez, un riesgo y una responsabilidad porque ser hombre de palabra comporta un compromiso ético de indudable valor para la convivencia.

    Como decía Federico Engels, “lo que no se sabe expresar es que no se sabe”. Por eso, según Ortega, “la claridad es la cortesía del filósofo” y para Schopenhauer, “la claridad es la buena fe de los filósofos”. En este sentido es contundente la afirmación de Albert Camus, cuando dice que “todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”.

    Es evidente que si la palabra es una facultad que se nos ha concedido para expresarnos, entendernos e intercomunicarnos, su expresión debe ser clara, inequívoca y diáfana. Por eso, hablar claro es la primera obligación de toda persona para que sus ideas puedan ser transmitidas pues, como se sabe, el conocimiento se transmite pero la sabiduría no. Además, como reconoce Sócrates, “es preferible el conocimiento a la riqueza, pues el primero es perenne mientras que la segunda es caduca”.

    Aunque resulte paradójico, no es arriesgado afirmar que la palabra es un riesgo, pero el hombre que no arriesga nada por la palabra es porque su palabra no vale nada o no vale nada el hombre. Por eso, es muy importante ser hombre de palabra. Si a la palabra no le siguen los hechos es como predicar en el desierto o hablar al vacío. Las palabras solo tienen valor cuando sirven para expresar nuestras ideas y hacerlas comprender por los demás.

    En definitiva, hablar claro equivale a huir del equívoco y el soliloquio, pues cuando la palabra no es inequívoca y transparente carece del valor que le es propio como vehículo de transmisión de nuestras ideas y conocimientos. Por eso, saber hablar y hablar claro son condiciones indispensables para entendernos y que nos entiendan.

    Así se reconoce en el aforismo latino, “in claris non fit intepretatio”, lo que significa que cuando el texto de la ley es claro y no hay duda sobre el significado de sus palabras, no ha lugar a interpretarlo, aunque, como es sabido y afirma el padre Suárez, la ley es un precepto común, justo y estable y su aplicación a la realidad o al caso concreto exige su interpretación.

    Por eso, solo es posible el diálogo cuando se habla el mismo lenguaje, es decir, cuando los interlocutores se ponen de acuerdo sobre el significado de las palabras para la correcta expresión de sus ideas.

    05 mar 2021 / 01:00
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