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Hablemos en serio

    YO soy una persona a la que le gusta pensar como se dice ahora “en positivo”. Durante años creí que era simplemente un talante, una convicción, una forma de ser. Ahora, mucho tiempo después, he descubierto que es una necesidad. Necesito, y no creo que en eso sea diferente a otras muchas personas, tener una ilusión por la que trabajar, una cosa más que investigar, un alumno más al que enseñar, un artículo más que escribir, un libro nuevo sobre el que meditar y, sobre todo, unas personas a las que querer, y que me quieran. En suma, necesito, como casi todos los mortales, tener razones para vivir y no solamente dejar pasar los días esperando que se acaben.

    Por eso soy positiva de talante. No es una virtud es, como ya he dicho, una necesidad. Pero esa realidad no implica cerrar los ojos a los problemas. Hoy en día tenemos muchos, quizá no más que en otros momentos, aunque siempre tendamos a pensar que “nunca estuvimos peor”, pero si es cierto que vivimos momentos convulsos.

    Algunos de estos problemas son de todos conocidos y muy comentados. ¿Quién no ha sufrido por la ola de incendios que asola Galicia en estos momentos y se extiende por toda España? ¿Quién no se ha conmovido con las imágenes de la guerra de Ucrania? ¿Quién no se ha sentido solidario con problemas de falta de disfrute de derechos? ¿o con el hambre en el mundo? ¿o con la sequía? Y así podríamos seguir hablando hasta la saciedad. Es cierto existen muchos problemas que nos entristecen y de los que somos conscientes.

    Pero hay otras situaciones, extremadamente graves en realidad, sobre las que pasamos de puntillas, sin querer enterarnos, pensando que quizá, si no reflexionamos sobre ellas, el problema desaparecerá. Pero no es así, nunca es así, los problemas no desaparecen porque no se les preste atención. Más bien sucede lo contrario, se acrecientan de forma que a veces se tornan irresolubles. En muchos casos, desgraciadamente debido a nuestra propia cobardía.

    Hoy quisiera hablarles de los suicidios en Galicia. Desafortunadamente son muchos, muchísimos. Permítanme ofrecerles algunos datos que fortalezcan mi afirmación.

    La tasa de suicidios en Galicia es la segunda más alta de España, después de Asturias. Analizando esta afirmación por provincias, la provincia peor situada es A Coruña, seguida de Pontevedra. A continuación, Lugo, y aquella en la que se registra una cuota menor de suicidios en nuestra tierra, es Ourense.

    Las personas más propensas a terminar con su vida son los adultos entre 50 y 55 años. Pero no son ellos los únicos que presentan este problema. En realidad, cada año, desde 2019 al menos, se duplican los intentos de suicidios y autolesiones entre los adolescentes. Y no he dicho que suba la tasa, he dicho que se duplican.

    También aumenta considerablemente el uso de tranquilizantes y somníferos. En este orden Galicia tiene el récord de consumo de toda España.

    En Galicia se suicidaron en el año 2021, que es el último del que tenemos datos oficiales, un total de 307 personas y en España 3.941. Estas cifras determinan que cada dos horas una persona se quita la vida en España.

    Los datos son escalofriantes, especialmente si los comparamos con otros como por ejemplo las muertes por accidentes de tráfico. En Galicia murieron en 2021, 78 personas en accidentes de tráfico y en toda España, en el mismo período, 1.004.

    Me alegro mucho de que las muertes en las carreteras españolas y gallegas hayan disminuido, pero me resulta curioso que éste sea un problema que preocupe más y al que se le intente poner mayor freno que al de los suicidios, cuando las cifras más que triplican a las primeras en el segundo caso.

    ¿Necesitamos más datos para concienciarnos del problema? ¿Es preciso aportar más cifras que nos hagan estremecer? Yo creo que no. Es tiempo de asumir este problema como sociedad y de intentar ponerle remedio.

    Y para hacerlo es preciso localizar dónde está su raíz. ¿En qué situación tienen que encontrase las personas que deciden quitarse la vida? Pensemos que el derecho a la vida es una tendencia natural del ser humano que prefiere el ser a la nada. ¿Qué sucede entonces? ¿Qué falla en nuestra sociedad?

    Desde luego hay distintos motivos. Algunas personas se suicidan como consecuencia de una enfermedad mental que los lleva a atentar contra su propia vida; otras, porque padecen una enfermedad que saben incurable, y no quieren asumir los tormentos que supondría para ellos y su gente enfrentarla. Y otros, que son aquellos en los que me gustaría más detenerme en el día de hoy, porque se sienten solos, desamparados, porque la sociedad los ha abandonado, porque se sienten excluidos, porque han perdido la ilusión, porque no encuentran motivo para seguir luchando.

    Algunas instituciones religiosas trabajan para ayudarlos, y su tarea es desde luego digna de encomio, pero no es suficiente. La sociedad entera tiene que reaccionar frente a este desafío. No puede abandonar a su gente. No puede desproteger a los que sufren, a los que tiene al lado. Muy al contrario, debe tenderles puentes, puentes casi siempre de ayuda profesional especializada ágil, eficaz y suficiente.

    Una vez más como tantas otras debemos actuar unidos. Buscando el bien común. No defraudemos a los que nos necesitan porque hacerlo sería en el fondo, defraudarnos a nosotros mismos.

    10 ago 2022 / 00:18
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