Hasta el corvejón

EN una materia que pide la neutralidad de los poderes públicos y sus servidores no caben comentarios que violan ese principio. Por haber caído en dicha bajeza en el debate de la moción de censura merece el presidente Sánchez un fuerte tirón de orejas.

No se critica que muestre simpatía por las críticas del papa Francisco a los excesos del sistema económico y sus sugerencias para mejorarlo, pero es claro que la discusión parlamentaria de una moción de censura no parece ser el momento apropiado para hacerlo; y cabe interpretar la extemporaneidad como interesada. Que la religión sea “imprescindible” es una declaración más que discutible, que debe evitar un político que presume de promover la separación de Trono y Altares.

Pero el caso es que vuelto el censurado en acusador decide tronzarle las canillas morales al censurante reprochándole nada menos que falta de seguimiento de las enseñanzas del papa en materia económica y social. Demasía que implica intromisión indebida en la libertad de conciencia del agredido, que no tiene por qué pedir permiso a nadie para hacer suyas o rechazar las opiniones del papa en cuestiones que no atañen a la fe. Tiene pendiente el ofensor una petición formal de disculpas.

Cabe maliciarse que tamaño desmadre lo pensó el presidente como medio de preparar su encuentro con Francisco mostrando plena sintonía con sus críticas al capitalismo depredador y defensa de las víctimas que deja tiradas en la cuneta, la propuesta de soluciones solidarias a las crisis sanitaria y climática... Si así fue en efecto, no lo sabemos; pero sí sabemos que el papa le pagó la gauchada con un discurso donde pide recuerde a nuestros políticos que su oficio constituye una forma civil de la caridad.

Este episodio de intromisión del poder político en el recinto sagrado de la conciencia individual refuerza la urgencia de proceder al cumplimiento escrupuloso del precepto constitucional de aconfesionalidad del Estado.