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Hasta el gorro me tenéis

    MI querido amigo, mira que hubo cosas en estos últimos siete días para darle carnaza a una columna como esta que ahora lees. Tantas, que es más que fácil dejarse llevar por la marabunta noticiera, con la seguridad de que siempre habrá alguien
    a quien le interese merodear en cualquiera de esos asuntos. Incluso enfangarse.

    Y aún por encima, lo que te digo no sólo pasa en esta última semana, sino en muchas más, por no decir todas, porque esta España nuestra es cada vez más revoltijo y menos serenidad. Vivimos en un follón irresoluto, sin ganas siquiera de pararnos y preguntar: oye, y ¿todo esto para qué?

    No creas que es fácil contestar a esa pregunta. Fíjate en que la mayor parte de los debates que ahora nos ofrecen y nos ofrecemos en los medios, más que la puesta en común de opiniones, discrepantes o no, no son más que una simple partida de yo contra ti y tu contra mí, pues en esos debates, digo, por la entrega a la disputa, se desprecia el razonamiento.

    No importa lo que se piense sino como se expresa, en aras de la victoria. No son cosa de pensamiento sino de mera discusión. Incluso diría que importa más estar en desacuerdo que en coincidencia con el adversario. Hasta hay quienes piensan que habiendo acuerdo no puede haber debate, como si fuera por definición.

    Por eso se pierde el respeto mutuo, hasta el extremo de hablar mal, insultando, quiero decir, como sucede, por ejemplo, y lo saco porque hay mucha gente que lo ve, en el pleno de control parlamentario que se celebra cada semana en el Congreso de los Diputados. Un espectáculo de verduleras. Del que no se espera, como digo, solución ninguna para los problemas de los ciudadanos, sino sólo, tan sólo y nada más, la alegría de haberle zurrado al de enfrente.

    Así, sólo te aplaudirán los tuyos, los fans, digo, para
    ser más moderno, aunque esos no presten la menor atención a tus razones, ya no digo a las del otro. Como si en vez de estar pensan-
    do sólo estuviésemos jaleando. Eso, jaleo.

    Y, oye, que para eso no hace falta información, ni razonamiento, ni pensar, ni analizar; basta con las malditas técnicas de comunicación, que ya son capaces de prever lo que hay que decir, cómo y cuándo, se trate de lo que se trate. ¿No ves lo que pasa con los prontuarios que reparten los partidos a sus portavoces cada mañana? Sólo importa que cada uno pueda echarle una culpa al otro, sea fundada o no.

    Y cuando estás atento a eso, aunque sólo sea para buscar tema para una columna, te aburre, incluso
    te avergüenza. No sé si será cosa de la edad, pero a mi me pasa. Y me deprime.
    ¡Pena de país!

    26 may 2022 / 01:00
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