Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Heliocentrismo madrileño

El capricho cinegético de Felipe II quiso que Madrid se convirtiera en la capital de los dominios de la corona española y, aunque tardó siglos en dotarse de una catedral que elevara su prestigio, progresivamente se fue cargando de razones, la mayoría azarosamente derivadas del pecado original del segundo rey de los Austrias mayores, para alzarse indiscutible como la primera de las ciudades de la península Ibérica.

Y, en torno a ella, con la llegada del democrático café para todos que sirvieron Adolfo Suárez y Calvo Sotelo –un café cortado, pues realmente se pretendió diluir las aspiraciones de catalanes vascos y gallegos–, se instauró una Administración autonómica que en estos días, con la incomparecencia de Cataluña, no tiene rival en este sistema de diecisiete comunidades. Sede de las principales instituciones del Estado y de las primeras empresas del país, su influencia política es incontestable y sus presidentes que fueron elegidos en las urnas –el socialista Joaquín Leguina y los populares Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes– siempre tuvieron un considerable peso específico y mucho que aportar en los asuntos de la gobernación de España. Pero, curiosamente, la presidenta que a priori contaba con menor proyección pública y la que menos parecería que tuviese algo que contar –porque lo que dice suele ser insustancial y en raras ocasiones mejora el silencio–, Isabel Díaz Ayuso, actual reina de la Real Casa de Correos, es la que más celebridad está adquiriendo fuera de sus fronteras.

La diferencia entre Ayuso –que aunque rodeada de tierra es un producto del MAR, Miguel Ángel Rodríguez– y sus predecesores es que estos últimos aceptaban que Madrid navegaba por debajo de las esferas competenciales del Gobierno central, aunque sus respectivas sedes tuviesen las raíces en la misma ciudad. Pero la nueva Juana de Arco dio un giro copernicano a este planteamiento constitucional para tratar de imponer su moderna visión cosmogónica del poder en España. Para ella, princesa alada que presume de luchar por liberar a los incautos ciudadanos de las tinieblas social-comunistas, no es la comunidad que preside la que da vueltas alrededor de los poderes que nos gobiernan desde La Moncloa y las Cortes Generales, sino que es el propio Estado español el que rota sobre la madrileña Puerta del Sol donde ella despacha todos los días con el asesor que antes guió al sombrío Aznar.

Ayuso –iluminada por MAR– encontró su mina de oro en la invención de un nacionalismo no nacionalista que, sin perder la esencia castiza, evoluciona hacia un realismo mágico de baja pretensión literaria y exceso de surrealismo improvisado. Con él, ejerce de contrapeso a los territorialmente más reivindicativos nacionalismos vasco y catalán, y crece los centímetros que necesita para intentar ponerse a la misma altura de Pedro Sánchez. Al principio contaba con el beneplácito y el ferviente aplauso del líder de su partido, Pablo Casado, que fue quien la colocó en la rampa de salida de las elecciones que sorprendentemente la auparon a la Presidencia madrileña, una decisión de la que ahora el sucesor del perezoso Rajoy puede llegar a arrepentirse.

Electoralmente, el personaje que le crearon a Ayuso le podría venir muy bien al PP, siempre que el papel protagonista que está representando no se le fuese de las manos y supiese controlarse para no sobrepasar los límites de su actuación política y de los ámbitos a donde puede llegar su influencia. Porque si pisa demasiado el acelerador para que su no nacionalismo madrileño corra en el circuito de los nacionalismos vasco y catalán, su partido acabará pagando el mismo peaje que las formaciones exclusivamente vascas y catalanas pagan en incomprensión cuando salen de sus respectivas circunscripciones, donde únicamente sus discursos tienen sentido.

El Partido Popular, que históricamente poco voto cosecha en Euskadi y Cataluña, jugó siempre a exacerbar los peligros de las aspiraciones que sostienen sus partidos nacionalistas para sacar rédito electoral de ellos en el resto de España. Ahora puede que tenga el enemigo en casa. El no nacionalismo de Ayuso, una mezcla del populismo desvergonzado de Trump y del narcisismo conmovedor de Abel Caballero, podría arrasar en Madrid, donde hay pasto para que prenda su chispa, y hundir las expectativas de Casado en las restantes comunidades que conforman el territorio nacional.

11 dic 2020 / 02:13
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito