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Hostelería y Covid-19

    A buen seguro que las restrictivas medidas que en libertades individuales y actividades económicas están vigentes ahora mismo –hasta el día 4– en muchos municipios de Galicia a causa del Covid-19 sufrirán una previsible prórroga a poco que la evolución de la pandemia se mantenga en los índices actuales, para así frenar los habituales movimientos de un puente festivo.

    Pero la decisión, más que sustentarse en criterios objetivos, se apoya en un “por si acaso”, en los voluntaristas y vacilantes experimentos que la ciudadanía viene soportando desde marzo, convertida bien a su pesar en cobaya de laboratorio, dócilmente sometida a la práctica del ensayo/error, tan limitativo para el conocimiento científico como necesitado de una probabilística solución. Es más, a la vista de lo soportado con las contradictorias decisiones sobre mascarillas, confinamientos, test, aerosoles, rastreadores y tantos otros, más que en ese limitativo modo de atacar la pandemia con el citado método, pareciera que estamos metidos de lleno en lo que en informática se conoce como Stupid sort o Bogosort, usado en la ordenación de listas y que, dicho por la vía de los ejemplos, supone que para ordenar un mazo de cartas hay que mezclarlas aleatoriamente y tantas veces como sea preciso hasta que el azar nos devuelva la ordenación que buscamos.

    Tienen a su favor estas disposiciones restrictivas el contar con cierta resignación ciudadana, sumisión alimentada por el miedo que generan las contrapuestas decisiones de las autoridades y que llevan a pensar que en ellas hay, como se señala, más improvisación que ciencia, más dudas que certezas.

    Pero hay que señalar también y desde la perspectiva del Estado de Derecho, que esa acumulación de disposiciones coercitivas se contradice con los derechos ciudadanos cuya restricción requeriría, como bien señala el ordenamiento jurídico, de la debida motivación. No hacerlo así ni es legítimo ni siquiera legal.

    Porque esas limitaciones no son inocentes ni impunes. Arrastran tras de sí una larga y más que peligrosa lista de consecuencias económicas que en el medio plazo incidirán de modo muy directo en la calidad de vida de millares de conciudadanos, ante la imposibilidad de ganarse un sustento. Concretamente en lo que hace a Galicia es el sector de la hostelería –y cuantos arrastra en cadena, de la distribución a la producción fabril, del mar a la agricultura, del comercio a la operativa de viajes– el que aparece como cabeza de un inmenso iceberg de dimensiones que sólo se conocerán por el rastro de miseria que deje tras de sí y para el que las ayudas conocidas hasta ahora son apenas un trampantojo de buenas intenciones.

    Y puesto que nos movemos en el escurridizo campo de la prueba y el error cabría que nos preguntáramos por qué no aplicar aquí idénticas medidas a las adoptadas en la comunidad de la capital del Estado y que asombran a Europa con lo que se conoce ya como “milagro de Madrid” y que no cerró su hostelería ni uno solo de los días. Puestos a experimentar, hágase al menos con lo que funciona, sin provocar mayores traumas.

    Los hosteleros salieron a la calle y no les falta razón. Frente al intento de criminalizarles, todos sabemos lo que desde el primer día dictó la ciencia frente a la pandemia: Test, test y más test. Sin repugnantes corporativismos ni tacañería administrativa.

    Y los experimentos..., con gaseosa.

    23 nov 2020 / 00:00
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