Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Hundir el portaviones

    NO TODAS LAS NOTICIAS medioambientales se abren camino en los noticiarios. Necesitan cierta envergadura, cierto impacto, incluso cierta espectacularidad. Es un mal (otro mal) de nuestro tiempo: las pantallas demandan su cuota. Por supuesto, el deterioro de la naturaleza debe preocuparnos tanto en el ámbito global como en el local. Todo nos afecta. Todo está conectado. Por más que atendamos a asuntos cercanos, vertidos en los ríos (suceden, y sin mayores explicaciones), incendios pavorosos, o la contaminación del aire en el entorno, lo cierto es que hay grandes asuntos que nos golpean desde la distancia, como sucedió en Fukushima, en Chernóbil, en Aznalcóllar, por citar algunos, todos concretos y descritos con bastante detalle, y otros más difusos, quizás, que nos llegan a menudo a través de informes, de reportajes, de algún hecho puntual también: como la destrucción de la Amazonía, como la explotación minera de Alaska, como la desenfrenada carrera por hacerse con las riquezas que duermen en los polos, como la pérdida del hielo marino de la Antártida, en mínimos históricos.

    La conciencia ecológica se ha multiplicado, aunque todavía hay quien descree de la influencia poderosa (y negativa) de la acción humana sobre la naturaleza, por más estudios científicos que existan. La ciencia, ya se sabe, ha sido puesta en cuestión lastimosamente, incluso, desde liderazgos políticos. Hoy en día la ignorancia también se promueve con descaro. Las visiones cortoplacistas, tan queridas por la política (se mueve entre períodos electorales, esa es su forma de medir el tiempo), no pueden capturar el tamaño de problemas que necesitan una mirada mucho más amplia. Hay que aprender a contemplarlo todo con mayor amplitud. Claro que interesa el hic et nunc, el aquí y ahora, pero a menudo se necesita ir más allá. Y esa visión no es la que emana de los intereses políticos, mucho menos de los intereses electorales, en perpetuo oleaje, sino de la investigación, de los datos, de las secuencias, de los trabajos realizados a lo largo de décadas.

    El problema de la inmediatez contemporánea reside en su efecto bengala: una noticia brilla rabiosamente durante unos minutos, pero se esfuma con rapidez, desaparece. Y es sustituida por otra, porque triunfa el presentismo junto al horror al vacío, la aceleración de la realidad, el vértigo que nos engancha y nos ocupa. La realidad se hace vieja demasiado pronto y, como todo lo viejo hoy, pronto lo arrumbamos y lo ignoramos. Nuestra vida transita bajo nuevas capas de historia reciente, material de derribo o de arrastre, lo que explica quizás que ahora algunos busquen objetos interesantes en el fango del Támesis. En la vida es igual: tantas capas de realidad terminan por enterrar aquello a lo que tanta atención prestamos en su día. Incluso la guerra en Ucrania parece adormecida (para nosotros), sepultada en todo su horror bajo ese sudario del invierno, y sólo despunta cuando de pronto nos percatamos que el mal sigue ahí, y la muerte, y la derrota. El presente acelerado nos ha hecho extraordinariamente olvidadizos.

    En eso pensé cuando ayer llegaron las noticias de ese portaviones que Brasil acaba de hundir a unos 350 kilómetros de sus costas. Por lo visto, se trata de una bomba ambiental, de las muchas que distribuimos a diario. Pero este gigantesco buque, el mayor de la flota de aquel país, llevaba medio año navegando a duras penas, de un lado a otro, en busca de un país que ofreciera desguace, como elefante en busca de cementerio. Un gigante herido y enfermo, preñado, dicen, de amianto y otras lindezas tóxicas. Su herrumbre y su ponzoña recorriendo el planeta, infructuosamente, para el fin yacer a cinco mil metros, volado como si fuera un acto de desesperación, enviado al fondo, otro envío más para el pozo negro. ¿Alguien se acordaba de este buque fantasma, esa ruina flotante que tenía un aire mortuorio y fatal, como el barco de Coleridge en la Oda del viejo marinero? Claro que no. Pronto dejaremos de hablar de su polémico hundimiento, no lo duden. Pronto olvidaremos. Quizás nada más sepamos de su potencial devastador, aunque siga ahí. Como de tantos barcos (que nos lo digan a nosotros), como de tantos desastres. Ahí estamos: sembrando con ahínco bombas de relojería.

    07 feb 2023 / 06:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.