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Ignorancia o mala fe históricas

    QUE en un país dirigido por alguien cuya tesis suscitó dudas haya un alcalde del partido en Palma que promueva una iniciativa equivalente a la del homólogo londinense que quisiese apear a Nelson de la columna de Trafalgar Square porque ignorase quien era –es decir que conociese mal la historia del Bachillerato–, no es tan raro, pues la fe progresista de que la instrucción es la base del ilustrado que en sí mismo es heraldo de un futuro mejor se irá evaporando con la idea de progreso.

    Hace años tuve como huésped a un historiador sardo y coincidió con una campaña para quitar efigies de negros alusivas a guerras medievales con el moro del escudo aragonés que también se ven en el corso y sardo. Avanzadilla de la cultura de la cancelación US que volvería a España años después contra el fraile mallorquín Junípero Serra. Eran tiempos en que el protopopulista Zapatero reintroducía en sociedad un relato opuesto al del rencoroso franquismo basado no en los historiadores de la Guerra Civil sino también en la supremacía moral de parte –aunque ya el análisis político de Maquiavelo había girado en el Renacimiento del idealismo moral a la psicología laica del cálculo e interés–, y la idea de Memoria se estableciese para señalamiento de una parte virtuosa y otra culpable en la espera del rédito electoral, como el populismo de Maduro y Obrador.

    Que un alcalde y entorno ninguneen por franquistas a Cervera, Gravina y Churruca podría deberse no tanto a ignorancia cuanto a deseo de menoscabar lo español, dado el carácter desnacionalizador de cierta progresía (no me refiero al tipo Almunia o Rubalcaba). Tal mentalidad no reconoce la complejidad del proceso histórico y la dialéctica en la interacción social, piensa linealmente y divide moralmente entre buenos y malos.

    Quienes se les oponen –gentes como Casado y Abascal–, en vez de utilizar tanta bandera y discurso homogeneizador deben aceptar –sin renunciar a la unidad última del Estado–, que España no es Francia, uniformizada por una radical centralización revolucionaria parisina que aplastó a una oposición que se había hecho fuerte en las regiones. La homogeneización no se corresponde con el tradicional particularismo histórico español. Es pues una mala estrategia para contrarrestar el discurso desnacionalizador de mucha progresía. Que el particularismo reivindique una lengua y cultura particulares está muy bien, pero a veces lleva aparejado un mezquino resentimiento. Y se nota mucho.

    30 mar 2021 / 01:00
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