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Ineptos o malvados

    UNA de las características de la pandemia producida por el COVID-19 es que muchos de los que se infectan no padecen la enfermedad. Son los mal llamados enfermos asintomáticos, cuando en realidad deben llamárseles portadores, porque para que una persona esté enferma de algún padecimiento infeccioso, debe mostrar síntomas y/o signos patológicos que afecten a su salud. Otra característica, afortunadamente, es que la mayoría de los que padecen la enfermedad sólo tienen síntomas poco importantes, afortunadamente.

    Estos constituyen un 60-80 %. Bien es cierto, que el 20 % restante puede cursar con un padecimiento serio, que incluso, en determinados casos, puede acabar con la vida del paciente. En estos desafortunados casos, casi siempre se trata de ancianos o de otros con sobrecargas orgánicas tipo obesidad, hipertensión, diabetes u otras. También hay una mínima proporción de personas que mueren o la sufren gravemente sin que tengan factores de riesgo.

    Una característica negativa de esta enfermedad es que según se ha podido demostrar, los portadores –que como tales no padecen la enfermedad– o los que van a tener síntomas, pero aún parecen sanos, pueden contagiarla. Este negativo rasgo es muy importante a la hora de que se difunda la plaga, puesto que los familiares o los compañeros de un asintomático, no tienen conciencia de que pueden infectarse.

    De ahí que los expertos sanitarios insistan en tomar en serio las medidas para evitar el contagio, tales como el uso de mascarillas, huir en lo posible de los lugares cerrados, el distanciamiento, etc. Incluso llegando en algunos casos al confinamiento domiciliario o al menos obligando al cierre perimetral, de los concellos, como ocurre en la actualidad, normas que solo se puede infringir con motivos justificados, como es ir al trabajo o asistir al médico.

    En caso contrario, las autoridades han dictados que los policías y la Guardia Civil procedan a la correspondiente denuncia que implica fuertes sanciones económicas. La ciudadanía en general, aún a regañadientes ha aceptado esa restricción de las libertades ciudadanas, que han quebrantado seriamente la economía.

    Las autoridades políticas, para no infectarnos y para no difundir la enfermedad, han prohibido los espectáculos deportivos, a los que la gente es tan aficionada, como los partidos de fútbol o los conciertos masificados que tanto les gusta a la juventud, no poder hace uso de los bares, ni siquiera en las terrazas exteriores, hasta llegar incluso al cierre de los establecimientos de hostelería.

    Todo sea por la salud, porque los que dictan esas restrictivas normas lo hace por nuestra salud y no por su conveniencia.

    Pero hete aquí que dentro de poco se van a celebrar elecciones en Cataluña, en donde existen unas normas restrictivas exigentes entre las que se encuentra la imposibilidad de traspasar los límites del propio ayuntamiento. Entonces, los políticos, según he leído en la prensa, dejan sin efecto esa norma, siempre que sea para asistir a un mitin político, porque detestan quedarse sin público al que trasmitir sus promesas electorales, dispuestos, en muchas ocasiones, a no cumplirlas.

    Todo sea porque el partido alcance el poder o al menos bastantes puestos en los que colocarse cobrando una pasta gansa a costa del contribuyente al que engañan con falsas promesas.

    Entonces surge la duda sobre si los políticos que detentan el poder son unos ineptos o unos malvados. Si en los mítines no se corre riesgo de infectarse, hasta el punto de que quedar sin efecto las restrictivas normas perimetrales para asistir a ellos, es que son unos ineptos porque por otros motivos hay que cumplirlas irremisiblemente, bajo la amenaza de sufrir una sanción económica si se las salta uno.

    Si por el contrario, existe un peligro serio de infectarse o transmitir la enfermedad en un estadio de fútbol, en una discoteca, en una sala de conferencias o en una iglesia, ese peligro es igual de serio en un mitin político. En este caso, nuestras autoridades son unos malvados permitiendo la celebración de mítines multitudinarios, a veces en locales cerrados, exponiendo a los asistentes a infectarse o a trasmitir la enfermedad.

    Nadie puede discutir esas dos posibilidades. Ahora que cada uno escoja sobre si nuestras autoridades son unos ineptos que nos someten a restricciones sin motivo alguno, o son unos malvados que les importa un pito que enfermemos.

    05 feb 2021 / 01:00
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