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La degradación de la enseñanza

Corren malos tiempos para la Educación y la Cultura en sentido amplio: “Vivimos el período más negro de la Enseñanza desde la época de Fernando VII”. La frase, aparentemente catastrofista, no viene –¡cuidadito!– de un representante del “facherío” –término acuñado por Bono–, sino de uno de los mejores, en palabras de Laín Entralgo, helenistas del mundo, el profesor Luis Gil, mi insigne maestro en Salamanca. De familia republicana, agnóstica y liberal, educado en la corriente de la Institución Libre de Enseñanza, oía cantar en su casa madrileña, en lugar de rezos y jaculatorias, el romance de Marianita Pineda; y, por si estas credenciales no bastasen, sufrió el trauma de que a su padre, entomólogo descollante lo represaliara Franco.

Y que el profesor Gil no “desbarraba” ni trataba de embaucar con trampantojos a su auditorio lo confirmaba el profesor Díaz de Bustamante cuando allá por el año 95 –“o mal ven de atrás”– afirmaba que el nivel medio de los Bachilleres es terroríficamente malo: “un joven de Letras de ayer llegaba a la Universidad sabiendo más ecuaciones que un joven de Ciencias de hoy y un muchacho de Ciencias sabía más Latín que uno de Letras actual”. Y no le faltaba razón al profesor compostelano. Sin temor a equivocarme, sostengo que cada vez se accede a la Universidad con un nivel más bajo de conocimientos. Los hechos son tercos e irrefutables. Muchos universitarios ignoran una “regla de tres” y cometen flagrantes faltas de ortografía (“aber” sin h, “derepente” todo junto, “hai” del verbo haber con –i– latina). No acentúan: la tilde para deshacer el diptongo en palabras como “hacía” o “comía” desaparece en muchos casos y aquéllas se convierten en “hacia” o “comia”. Usan, como tuvimos la ocasión de comprobar en la corrección de pruebas de selectividad, una sintaxis pintoresca y disparatada, siembran a voleo los acentos y plantan las comas donde les peta.

Hemos copiado mal métodos y planes de estudio ya desacreditados en otros países. Los engreídos pedagogos de las alturas se han obsesionado con problemas como el llamado “fracaso escolar”, que, a pesar de que se invierte más y más en Educación, sigue su marcha ascendente. Y es que, –entérense bien señores políticos y pedagogos– este endémico mal nada tiene que ver con el planteamiento de la enseñanza y sí con los nuevos hábitos familiares y sociales de los españoles. Para frenarlo, confundiendo los verbos con los bárbaros, han caído en soluciones pueriles como expedir títulos con una asignatura suspensa, suprimir barreras, reducir contenidos, multiplicar las oportunidades de superar una prueba, repetirle el examen a un alumno que ha sido cogido flagrantemente copiando y aseverar, por último, que lo valorable no son los conocimientos del alumno, sino sus aptitudes. El mensaje podría resumirse en pocas palabras: “no te vayas. No abandones. Pase lo que pase, al final te daremos el título”.

Si lo que se pretende es llenar el país de alumnos mediocres y politizados, el plan no puede ser más eficaz. Este aldabonazo apabullante de mediocridad y politización lo acabamos de ver hace unos meses en la Facultad de Derecho de Granada, en donde una jauría de estudiantes, provenientes de sedicentes demócratas, trataron de impedir a pedradas una intervención no política de una ex-diputada de un partido Nacional.

Han pinchado en hueso, han desprestigiado a la Universidad y han traicionado sus tres características constitutivas: la universalidad, la autonomía y el conocimiento. Prefirió, por el contrario, esta “chusma fascista” caer en la provincialización, en la instrumentalización y en la politización.

17 oct 2022 / 01:00
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