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La generación que trajo la democracia

    En la Lección IV de la obra En torno a Galileo, titulada El método de las generaciones en Historia, escribe Ortega y Gasset: “recuerden ustedes que la vida no es sino lo que tenemos que hacer. Y cada edad es un tipo de quehacer peculiar. Durante una primera etapa, el hombre se entera del mundo en que ha caído, en que tiene que vivir –es la niñez y toda la porción de juventud corporal que corre hasta los treinta años–. A esa edad –añade– el hombre comienza a reaccionar por cuenta propia frente al mundo que ha hallado. Y él y otros integran sus creaciones con las de otros coetáneos obligados a transformar el mundo que encontraron. Es en ese momento –continúa– cuando empieza para él una nueva etapa de la vida en la que el mundo por él innovado, el que es obra suya, queda convertido en mundo vigente. Y –concluye el filósofo– “la realidad histórica está, pues, en cada momento constituida por la vida de los hombres entre los treinta y sesenta años”.

    Permítanme que recuerde dos ideas más de Ortega por lo que luego se verá: “cada generación humana lleva en sí todas las anteriores”; y “es indiferente que una generación nueva aplauda o silbe a la anterior, haga lo uno o lo otro, la lleva dentro de sí”.

    A pesar de que Ortega y Gasset escribió esa obra en 1933, precisó, en mi opinión con acierto, los años en los que los hombres convierten la vida en obra suya: entre los treinta y sesenta años. Y digo lo que antecede porque, aunque es cierto que actualmente la vida parece haberse estirado tanto por el principio como por el final, un poco antes de los treinta y un poco más tarde que los sesenta, pienso que lo esencial de cada uno de nosotros lo damos en esos treinta años que van desde los treinta a los sesenta.

    Teniendo a la vista lo que antecede se puede afirmar, por tanto, que, si nuestra Constitución es de finales de 1978, y consideramos que es obra de los que en ese año frisaban los treinta años y aún no habían rebasado los sesenta, nos estamos refiriendo a los españoles nacidos en torno a 1940 y que viviendo cumplidos más de sesenta años pasada la primera década del presente siglo.

    Visto lo cual la Constitución es obra parcial de los llamados “niños del franquismo”, generación que ha descrito a grandes rasgos Javier Domenech, en su artículo titulado Niños tarados del franquismo. Escribe Domenech que los niños del franquismo han sido calificados como “unos tarados oprimidos por la disciplina, educados en la ignorancia, lastrados para el futuro. Nuestra infancia, para algunos, debió ser el espejismo de un tiempo oscuro. Pobres tarados que merendábamos pan con fuagrás o con aceite y azúcar y con terrosas onzas de chocolate Matías López, que escuchábamos en la radio las aventuras de Diego Valor, piloto del espacio, que leíamos las aventuras del Guerrero del Antifaz, El Jabato, El Capitán Trueno y el TBO. Que comíamos pipas, regaliz, pululó, chicle Bazooka y bolitas de anís que nos vendía el pipero a la puerta del colegio, por cierto, que ninguno fue por esto, ni obeso ni anoréxico, jugábamos a las canicas, al taco, pídola y con pelotas de trapo atadas por cuerdas, y las niñas jugaban con muñecas y saltaban a la comba”.

    Añade que “fuimos tan tarados que aguantamos sin secuelas de por vida los capones y regletazos en el colegio y el dominio de los mayores. Aprendimos la lista de los reyes godos para ejercitar la memoria, al igual que los afluentes de ríos por ambas márgenes y los partidos judiciales, los dictados eran una prueba de ortografía básica, las raíces cuadradas había que resolverlas sin calculadora y traducíamos del latín la Guerra de las Galias”. Y concluye: “Así estábamos de tarados que es lo que pretenden hacernos creer algunos que, criados en una sociedad opulenta, sin más valores que el logro del éxito, confunden nuestra infancia con la opresión”.

    Domenech denuncia también dos “errores” de nuestra generación. A saber: “...no valorar el enorme esfuerzo de unos padres que nunca tuvieron vacaciones” y fracasar al querer proyectar sobre nuestros hijos una permisividad que a nosotros nunca nos habrían tolerado. Fuimos tan tarados –y en esto coincido con él– que ahora nos sorprende ver cómo esos retoños, criados en un mundo de solo derechos y ninguna obligación, se alzan contra la sociedad que les ha permitido disfrutar de lo que jamás tuvimos nosotros”.

    Pues bien, esa nueva generación de retoños (los nacidos en torno al año de la Constitución y que alcanzó la treintena a finales de la primera década del presente siglo) y que hoy está proyectando su cambio nos propone “su nueva realidad”, pretendiendo quede convertida en nuestro mundo vigente. La cual consiste en una progresiva erosión del edificio constitucional, la alteración de la convivencia democrática, la ruptura del consenso, el abandono de la generosidad de los que pactaron nuestra Carta Magna, la crispación de la vida política, y la implantación (sin la imprescindible reforma legal de la Constitución de 1978) de una nueva España convertida en república de un nuevo Estado plurinacional.

    Adviértase que eso es lo que nos proponen nuestros hijos, en palabras de Domenech, “esos retoños, criados en un mundo de solo derechos y ninguna obligación”, y lo hacen alzándose contra la sociedad que les ha permitido disfrutar de lo que jamás tuvimos nosotros”. Pues bien, como Ortega sostiene que todas las generaciones llevan en sí todas las anteriores, y que es indiferente que una generación nueva aplauda o silbe a la anterior, pienso que la generación de los que hicimos la Constitución debe rendirle todavía un nuevo y último servicio a España, a saber: impedir democráticamente que la nueva generación consiga hacer vigente en España el estado republicano plurinacional”.

    05 feb 2023 / 06:00
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