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La guerra y sus reglas

    “HABRÍA querido traerte hoy el agradecimiento del pueblo ucraniano por la paz que desde hace mucho tiempo pedimos. En cambio, todavía tengo que presentarte la súplica de los niños, de los ancianos, de los padres y madres, de los jóvenes de esa tierra torturada”, con estas desgarradoras sentencias, el papa Francisco se derrumbaba en el curso de una oración en Roma y expresaba parte del dolor y la impotencia que hace ya más de 10 meses enferma al viejo continente, mientras las leyes del derecho de guerra saltan tímidamente a escena.

    Concretamente corría el año 1859 cuando Henry Dunant y Guillaume-Henri Dufour lanzaron una idea al mundo a raíz de la batalla de los alrededores se la aldea de Solferino, en Italia del norte, la imagen de los heridos de guerra agonizantes durante días y abandonados a su suerte inspiraron lo que paradójicamente pasaría a conocerse como el derecho internacional humanitario, poniendo de manifiesto, una vez más que en un conflicto armado lo peor con lo que podemos toparnos no es necesariamente la muerte.

    Unos principios que si bien eran reconocidos de forma consuetudinaria, no existía su codificación como tal o, por decirlo de otro modo, un instrumento que recogiese los límites aceptables y que posibilitase la convivencia después de la guerra. Tenía que haber un mínimo de humanidad, incluso en el escenario más atroz tenía que haber espacio para la supervivencia del alma humana o, al menos, para algo que se le parezca.

    Hoy, en el campo de batalla batallones de trabajadores, fiscales, rescatistas, peritos, forenses y médicos llegados en un intento de documentar la barbarie vivida reconstruyen la danza de la vergüenza. A a estas alturas pocas dudas ofrece la existencia de fosas comunes, de entierros masivos o torturas orquestadas.

    Nadie niega los bombardeos ni el ataque indiscriminado a civiles, pese a todo no parece que el derecho internacional esté en disposición de ofrecer algún mecanismo preventivo que pueda frenar o aliviar la vorágine. Hemos fallado o, por decirlo de otro modo, nos ha fallado el progreso, el futuro no era inocuo.

    Nuestra capacidad de diseñar y perfeccionar instrumentos de destrucción ha evolucionado mucho más rápido que la capacidad del ser humano para diseñar soluciones a conflictos compatibles con la vida. El dolor se ha vuelto ya algo inevitable.

    Con esta desesperanzada premisa, el derecho humanitario no está siendo capaz de convertirse ni siquiera en un discreto salvavidas, ni desplegar efectos, no sólo en su perspectiva preventiva, sino tampoco desde su perspectiva punitiva. Qué esperar de la guerra cuando ya no cabe nada, sólo asumir otra generación marcada, miseria, tristeza y hambre, otro episodio histórico para abochornarnos... Qué esperar del Derecho cuando ya no tiene armas.

    El conflicto ucraniano es, posiblemente el mayor reto que afrontará la Unión Europea desde la guerra de los Balcanes, y en medio de la nebulosa demasiadas incógnitas y en medio de las incógnitas demasiada muerte.

    16 dic 2022 / 01:00
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