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1944, una navidad obscena

Todas las personas somos diferentes, y todos los pueblos y las naciones también, pero la gente de bien piensa que todos tienen la misma dignidad, que el rico no es más digno que el pobre, el gobernante que el gobernando y el que es más inteligente del que lo es menos en algún aspecto. Hay muchas naciones distintas, pero los nacionalistas no creen que unas sean inferiores a otras, y mucho menos que los pueblos y las naciones sean especies naturales diferentes. Ellos no, pero los darwinistas sociales anglosajones, nórdicos, los nazis y otros partidos políticos similares sí que lo piensan.

Para los teóricos del racismo -una plaga que parece diseminarse como un virus- la inteligencia, las demás capacidades, la moral y la capacidad de autogobernarse son patrimonio exclusivo de las razas superiores. El racismo europeo se basó desde el siglo XVIII en la contraposición ente los arios y los semitas. Para él el mundo no lo configuraban las grandes religiones: islam, judaísmo o cristianismo, sino las razas.

Hasta mediados del siglo XVII lo que ahora llamamos Europa se denominaba la cristiandad, hasta que la Guerra de los Treinta Años dejó el término sin vigor, mientras los musulmanes se siguieron considerando parte de la Dar al islam, o tierra del islam y parte de la comunidad de los creyentes, de la misma manera que hizo, más modestamente, el pueblo judío. Pero a finales del siglo XVIII nació un nuevo mito, el mito ario. Los arios, cuyos antagonistas son los semitas, habrían nacido o bien en la India, desde la que se habrían expandido hasta Occidente, o bien en Escandinavia, patria común de celtas y germanos, y antigua sede de la Atlántida, según el erudito sueco Olaus Rübeck, que había bautizado al mar Báltico como vagina gentium. Pero, viniesen de donde viniesen los arios, serían un pueblo de guerreros y pastores nómadas, destinados a expandirse por todo el mundo y con derecho a gobernarlo, de la India hasta América, último continente que habría conocido la expansión aria.

Los arios eran una raza superior física, intelectual y moralmente, y ello les daba el derecho a gobernar la Tierra. Frente a la razón aria se alzaba la pasión semita, frente a su virtud, la lascivia y el gusto por los placeres corporales encarnado por los musulmanes y sus harenes en Estambul o el norte de África. Mientras el ario sería laborioso e innovador, el semita sería rutinario y tradicional, apegado a las supersticiones y las costumbres tribales de tipo ritual y mitológico. Y por debajo de los semitas aún estarían los pueblos del África negra, Australia y Oceanía.

Para el nazismo, mezcla de nacionalismo conservador alemán y racismo, había tres especies humanas: los Menschen -arios- , los Untermenschen - subhumanos, como los mediterráneos, eslavos...- y los Ummenschen - los no humanos, que serían solo los judíos. Los judíos serían una raza, y no una religión, una raza parásita, como las bacterias, los virus, y una especie como las ratas, a las que se les asocia en la propaganda cinematográfica y de todo tipo, que debe ser eliminada por higiene, para que sobreviva la raza superior, ayudada por las medidas médicas que descubre la “Ciencia de las razas”.

Pero había un problema. Los alemanes eran cristianos, que creían en Jesús. Y Jesús, según los Evangelios, es judío por su pueblo y nacimiento. Jesús nació en Belén para que se cumpliese la profecía que decía que el Mesías, que iba a redimir a la humanidad, nacería de la casa o estirpe de David, el gran rey de Israel.

Dicen los Evangelios, y confirma la historia, que el legado romano Quirino ordenó a todos los judíos que se censasen en su lugar de origen, porque tenían que pagar un tribuno por persona, llamado tributum capitis. Como José, el padre terrenal de Jesús, descendía de la casa de David, tuvo que censarse en Belén, la ciudad de ese rey, y por eso Jesús nacerá allí en el día de nuestra Nochebuena. Jesús, descendiente de la casa real de Israel, morirá crucificado bajo un cartel que decía Jesús de Nazaret, rey de los judíos. En el cuartel romano en el que estuvo detenido los soldados se burlaron de él coronándolo como rey, con una corona de espinas, una toga púrpura y le pusieron un palo en las manos, a modo de cetro real.

Jesús no renegó del judaísmo, dijo que había venido para que se cumpliesen las profecías, reconoció los mandamientos de Moisés y practicó las costumbres judías, como el sacrificio del cordero pascual. Pero para los nazis Jesús no podía ser judío. ¿Qué hicieron para demostrarlo? Primero decir que no era un judío del reino de Judea, sino un galileo de Nazaret. Los galileos tenían un templo en el monte Garizim, diferente al de Jerusalén, eran considerados pobres e incultos. Las clases superiores judías les llamaban am-ha-arezt, gentes de la tierra, casi “paletos”, por su escaso conocimiento de los ritos. Y Jesús además era un humilde carpintero, y no un rico sacerdote.

Si a ello añadimos que los Evangelios se escribieron en griego, como la Epístolas de San Pablo, y analizamos el vocabulario griego de las epístolas, y le sumamos evidencias arqueológicas que estén a nuestro favor, podremos decir, que Jesús no era judío y que el cristianismo no es la continuación del judaísmo y los cristianos el nuevo “pueblo de Israel”, como ellos se llamaban a sí mismos, sino que el cristianismo fue una rebelión aria contra el judaísmo, al que arrinconó gracias al uso de las ideas griegas.

Alemania siguió siendo cristiana, cuando incumplió, pervirtió, y arrojó a la basura todas las ideas del cristianismo. Responsables de ello fueron en gran parte las SS de H. Himmler, que fomentaron y enseñaron el odio, la violencia y construyeron los campos de exterminio para los judíos, en los que además reinaba una gigantesca corrupción. Sus expertos en la “ciencia de las razas” estimaban que había 12 millones de judíos a exterminar a lo largo de todo el mundo, pero el transcurso de la guerra solo les permitió asesinar a 6.

Las SS eran la supuesta élite de la raza aria, pero nada hay más lejos de la realidad. Ni sus líderes, ni los del nazismo, poseían formación académica, ni provenían de las clases privilegiadas o las aristocracias militares familiares. Eran arribistas, incluso antiguos criminales comunes, como Rudolf Hoess, uno de los comandantes de Auschwitz. Pero esos mediocres arribistas se hicieron con el control del país más culto de Europa, de la patria de Bach, Beethoven, Kant, Einstein, Hegel o Marx.

Sus campos de exterminio fueron gobernados por criminales comunes arios, hombres y mujeres de todas las raleas posibles. Les auxiliaban los llamados “judíos prominentes”, que podían sobrevivir con mejor ropa, comida y trato, desde en una sastrería a una orquesta, un burdel, o un laboratorio, como el químico Primo Levi. Uno de ellos fue un músico, Simon Lask, que cuenta en sus memorias, Melodies d´Auschwitz, Paris,1999 cómo sobrevivió.

Como músico fue miembro de una banda que tocaba marchas militares, con las que desfilaban los prisioneros en un campo que imitaba un cuartel. Entre ellos estaba el Sonderkommando, los judíos encargados de hacer funcionar los hornos crematorios y las cámaras de gas, que eran ejecutados cada tres meses renovando así el contingente, pero que aceptaban ese destino para tener garantizados tres meses de vida más, a las que tenían que llevar a las víctimas con engaño, si eran niños o ancianos, que iban a ser ejecutados a su llegada al campo.

Cuenta Lask que un día, cuando pasaba desfilando el Sonderkommando, que llevaba el olor a cadáver impregnado en sus ropas, la banda tocaba la marcha militar “Aires de Berlín”. Los SS la acribillaron, porque creyeron que era una burla. Esos mismos SS ordenaron que se formase un grupo de cámara para interpretar música alemana en sus veladas, porque algunos oficiales eran cultos. Lask era miembro de él. Pero para él lo peor de toda su experiencia en el campo ocurrió el 24 de diciembre de 1944.

Los SS ordenaron a los judíos del grupo de cámara que fuesen a la enfermería en la que no había más que moribundos, cuyos cuerpos era ya muertos vivientes. Riéndose de los judíos les ordenaron tocar el villancico más famoso del mundo: Stille Nacht, Noche de Paz. Es difícil imaginar una idea más vil y repugnante, porque ese villancico celebra el nacimiento de un niño judío: Jesús de Nazaret, en una noche tranquila y silenciosa, cuando brillaba el cielo y se le deseaba que “durmiese en un silencio sagrado”. En el Holocausto fueron asesinados otro millón de niños judíos, que nunca más volvieron a dormir en un silencio como ese, porque la historia había envenenado los sueños en Alemania.

24 dic 2022 / 01:00
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