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La Iglesia y la naturaleza

    AUNQUE un pintor heterodoxo como Caravaggio hizo descender el cielo a la tierra y lo confundió con ella hasta llegar a ser descalificado por la Iglesia por su intenso naturalismo, el arte nos muestra más bien una rigurosa escisión entre lo sobrenatural –que resplandece en la parte superior del cuadro–, y lo natural, que se desarrolla en su parte baja. La Iglesia separó rígidamente natural y sobrenatural e históricamente ello la llevó a devaluar tanto la naturaleza como sus afines arquetipicos y a sobredimensionar lo tenido por sobrenatural, es decir, a la depreciación de lo natural como algo inerte y pasivo, reducido a reflejo sin presencia, vacío de espíritu.

    La histórica marginación de la mujer por la institución tiene tal origen, pues la madre-mujer se vincula arquetípicamente a la naturaleza y sus dones, a la provisión de vida. La exaltación de cualquier manifestación de lo sobrenatural a expensas de lo natural por un peligro panteísta me parece grave error, pero no he leído las encíclicas papales y desconozco el significado de la conversión ecológica en asunto central.

    De joven me impresionó el misticismo del Canto a mi mismo del gran poeta Walt Whitman, influido por el filósofo transpersonal R.W. Emerson, obra que no pudo ser mejor comprendida que en la paráfrasis que de ella hizo León Felipe. Un ratón es allí milagro suficiente para convertir a mil millones de infieles. La ortodoxia sólo se aproximó al espíritu de lo natural en el franciscanismo medieval, visto en su tiempo con cierta desconfianza.

    Tras la Edad Media ese espíritu que dotaba de sentido a la naturaleza se diluyó en el arquetipo de la madre sublime, la Inmaculada Concepción, de la que los franciscanos hicieron bandera. La Iglesia había cristianizado antes santuarios naturales remotos: cultos hídricos que situaban a las viejas fuentes y aguas sagradas paganas o a las rocas abajo la advocación de la Virgen.

    Esta tendencia a absolutizar lo sobrenatural y devaluar lo natural como carente de espíritu quizá esté empezando a cambiar, como tímida reconciliación papal con el misticismo de Spinoza y el Nietzsche transpersonal. Y un paso para el reconocimiento de que los vínculos analógicos de la naturaleza y la mujer no la han desposeído de la luz del espíritu porque, entre otras cosas, el espíritu está en la naturaleza y un ratón es milagro suficiente para convertir a mil millones de infieles.

    13 sep 2022 / 01:00
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