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La incompetencia metódica

En 1977 el general Norman F. Dixon publicó un libro que hizo época: Sobre la psicología de la incompetencia militar (Barcelona, Anagrama), en el que intentó explicar por qué los mandos de grandes ejércitos al frente de operaciones militares actuaron muchas veces demostrando no solo su falta de conocimientos, sino también de sentido común, con consecuencias desastrosas para la vida de sus soldados, el desarrollo de la guerra y el destino de sus países.

Desde el último cuarto de siglo XIX, para hacer las guerras fue cada vez más necesario no solo planificar las operaciones, sino movilizar recursos humanos y materiales y producir armas, municiones, provisiones y disponer de medios de transporte. El mariscal Moltke lo expresó muy bien en la guerra franco-prusiana, ganada por una Alemania recién unificada, cuando dijo que la velocidad de marcha de un ejército la dictaban los panaderos, porque era evidente que ejércitos que se desplazaban a pie o en caballos y con carros, si no disponían de pan y forraje, pronto perdían su capacidad de maniobra. Luego, cuando más se industrializó la guerra, más compleja se hizo su planificación, pues los millones de obuses y miles de millones de balas disparados en la Primera Guerra Mundial requirieron de todo un sistema industrial, que también tuvo que proveer de combustibles, aviones, y ya no digamos de buques de guerra, cada vez más potentes, como los gigantescos acorazados, y complejos, como los submarinos. Toda esta nueva necesidad de planificar y aunar medios y recursos fue lo que permitió durante la Segunda Guerra Mundial que naciese la logística como disciplina basada en un soporte matemático propio.

Si esto es así, y no cabe duda que lo es cada vez más, ¿se puede seguir hablando de incompetencia militar? ¿Y en qué consiste? Pues de trata de tomar decisiones al más alto nivel de mando, obviando o negando la evidencia que pueden proporcionar, por ejemplo, los servicios de información, y lanzar una operación desastrosa con un enorme número de bajas y que además acaba en una estrepitosa derrota. Un ejemplo clásico es la carga de la Brigada Ligera durante la Guerra de Crimea, formada por 673 jinetes de los que sobrevivieron solo el 15 %, tras atacar frontalmente por orden de su general, Lord Cardigan, quien seguía órdenes superiores, a posiciones rusas defendidas por cañones y ametralladoras contra los que lanzaron para ser inmolados.

Esta operación, el desembarco en los Dardanelos en la Primera Guerra Mundial, ordenado por Winston Churchill sabiendo que estaba condenado a un casi seguro fracaso, o el lanzamiento de una división de paracaidistas sobre Arnhem en 1944, despreciando los informes de las fotografías aéreas que mostraban la proximidad al lugar de divisiones alemanas son unos de los más claros ejemplos analizados por Dixon. Como lo fue el propio desarrollo de nuestra Guerra Civil, en la que el general Franco demostró ser uno de los más preclaros ejemplos de esta incompetencia, como ha demostrado Carlos Blanco Escolá (La incompetencia militar de Franco, Madrid, Alianza, 2000).

La incompetencia militar no quiere decir que los militares sean tontos ni ignorantes, sino que muchos de ellos, en el pasado y el presente, poseen una mentalidad que les lleva no solo a despreocuparse de sus tropas sino al ser sádicos con ellas, además de clasistas. Solo avanzado el siglo XIX los oficiales se formaron en academias militares; los puestos de coronel y general en ejército como el inglés se heredaban en las familias nobles. Eso explica que aun en el siglo XX el prestigioso mariscal Montgomery, que antepuso muchas veces su vanidad y su carrera a la lógica de las operaciones y protagonizó peleas infantiles con otros generales, como Bradley, Patton, y el propio Eisenhower, dijese que “la guerra consiste en llevar a los obreros al frente para que se dejen matar”.

Esta frase expresa muy bien la psicología de la incompetencia militar, que se basa en el culto a la rutina, el ritual y las normas rígidas, en el machismo, el “antiafeminamiento”, el autoritarismo, y en lo Dixon llama el culto al cristianismo muscular. Cuando en la Primera Guerra Mundial nació el shell shock, el estrés postraumático, producido por las condiciones de vida en las trincheras, que llevaban a la destrucción del cerebro por los impactos de los miles de proyectiles en el entorno y las condiciones de terror continuo mes tras mes, nunca vividas antes entonces, los mandos ingleses llamaron a este trastorno neurológico ‘falta de nervio’. Esa ‘falta de nervio’ causó una de cada tres bajas en la Segunda Guerra Mundial, muchas de las cuales fueron reenviadas al frente tras un tratamiento con electroshock.

Pero ahora el mundo se ha vuelto al revés, y esas imágenes del militar sádico, consagradas en el cine en películas como La chaqueta metálica se han mudado al mundo civil desde la invasión de Irak, que ha sido según Thomas. E. Ricks, historiador del cuerpo de Marines (Fiasco. The American Military Adventure in Iraq, Penguin Press, 2006), la operación más desastrosa de la historia de los EE. UU. Fueron los civiles y los poderes financieros los que promovieron una invasión que consideraron un negocio, como recordó el hermano del presidente Bush a José Mª Aznar, que envió 800 soldados a Irak, diciendo, más o menos, que eran suyos. Si se quiere ver su actuación militar, para nada significativa, puede consultarse el libro de Ricks, con lo que me ahorro la alusión.

En este libro vemos cómo los militares explicaron que no se podía invadir Irak con solo dos divisiones y dejar el país en el caos, al no poder controlar el territorio; como tampoco se podía licenciar al Ejército, la Policía y a todos los funcionarios, y como no se podía dejar en el paro a casi el 90 % de la población y dejar además los arsenales a su disposición. Y es que el mando de la invasión temió entrar en ellos a causa de unas armas químicas, que no existían, en contra de lo que les hicieron creer. Los economistas, financieros y políticos creadores de la doctrina del capitalismo de desastre, según la cual la economía de un país se regenera sola a partir del caos gracias a los mecanismos del mercado, consiguieron privatizar parte de invasión a una empresa como Blackwater, que asumió la logística y la seguridad de las bases a precios de estafa: vendiendo packs de seis latas de Coca-Cola a unos 40 $, por ejemplo. Y hacer que del expolio naciese el terrorismo, el ISIS, formado por militares iraquíes licenciados, y todo lo que vino después.

Estos son los nuevos incompetentes, los incompetentes metódicos. Ellos no dicen tacos, ni dan culto al cuerpo musculado, a la vez que ejercen el machismo. No son como Millán Astray, un ejemplo preclaro del sadismo cuando valoraba el éxito de una operación por el número de bajas propias y no las del enemigo, basándose en el culto al ataque frontal a la bayoneta; o cuando decía que un legionario no debía tener cartilla de ahorros, sino que debía gastar su paga en alcohol y prostitutas, para demostrar lo macho que era. Todo lo contrario, la incompetencia metódica se basa en el ahorro, la inversión y la búsqueda de la rentabilidad, en el análisis de los mercados, en el uso del cálculo, la informática y todos los conocimientos científicos disponibles. La incompetencia metódica es la incompetencia que se basa en unas ciencias que han dejado de ser un instrumento de liberación de la humanidad de las cadenas de la sinrazón, de la impotencia ante la naturaleza y de la pobreza, y que ahora son instrumentos de control y de creación de esa pobreza diferencial, que hace que los muy ricos sean cada vez menos y tengan cada vez más, que aumenten los pobres, que se proletaricen las clases medias, y que cuando surgen las hambrunas se creen grandes oportunidades de negocio en los mercados de futuros de compras de cereales.

La incompetencia metódica es educada, fina, higiénica, y sobre todo racional. Nunca eleva el tono ni alza la voz, nunca se altera, ni pasa de la exaltación a la tristeza. Y es que la incompetencia metódica solo se mueve por una pasión básica: la avaricia y la búsqueda del beneficio propio. Por eso la incompetencia metódica, como la militar, carece de empatía y no tiene compasión: nunca se coloca en el lugar del otro, si el otro no es uno de los suyos. Dispone de dinero, de medios técnicos y científicos, y puede controlar la política y la ley, haciéndola cada vez más retorcida. Así ha convertido al derecho en un mundo que los juristas mercenarios manejan a su antojo. El sadismo es otro componente de la incompetencia metódica. Como el mariscal Montgomery, ella convence a la gente, no para que se deje matar, pero si para que colabore con todo aquello que perjudica su propia supervivencia, y así acabe muriendo en silencio, y sin la gloria con la que se recompensaba a los soldados.

23 ago 2020 / 01:00
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