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La Insoportable Levedad del Ser

    ENTRE pistacho y pistacho, afición a la que me he entregado en los momentos de relax veraniego, entiéndase descanso de actividad motriz que nunca mental, busco un argumento para novelar lo que está ocurriendo en España en los últimos tiempos y, créanme, no soy quien de encontrarlo. Cada vez estoy más convencida de que el personaje que tenemos por presidente en este estado sobrepasa los límites de cualquier historia de ficción, fuese quien fuese la autora o el autor del mismo, curioso cuando es, precisamente, relatar lo que pretenden hacer los ocupantes de La Moncloa desde que comenzaron a manipular a esta sufridora y un tanto anestesiada sociedad.

    El mes de agosto ha sido para el sanedrín de los ministros el intervalo más adecuado a la hora lanzar decretazos sin consenso, sin debate previo, sin respeto a las administraciones autonómicas y sin feedback de los colectivos afectados, y lo han hecho con y sin pandemia, con y sin crisis, con y sin guerra, antes y ahora, siempre.

    Mientras el ciudadano se lanza a recuperar el tiempo perdido en los dos periodos estivales previos a éste, caracterizados por las mascarillas y las restricciones, una nueva improvisación teñida de dialéctica paternalista, enmascarada bajo una suerte de recitado de frases hechas y coletillas retóricas que humillan y subestiman tanto la capacidad de reacción como la inteligencia de las y los españoles.

    Este gobierno ya no está legitimado para pedir más esfuerzos, hace tiempo que somos conscientes del juego de tronos que han montado para convertirnos en peones de un tablero que manejan en función de sus negligencias, de sus errores y de sus incompetencias. En cualquier caso, lejos de quedarnos en la superficie de las formas y las estrategias, no podemos obviar ni debemos ignorar qué hay tras esta amalgama de medidas inexactas, inconvenientes, imprudentes, ineficaces e inadecuadas. Por una parte, es una falta de respeto a las autonomías, a los sectores productivos, a los colectivos, a los trabajadores, a las familias, a las empresas y a las instituciones, una falta de respeto continua, reiterada, intencionada, ofensiva y, en ocasiones, inconstitucional.

    Por otra, es la muestra de un “modus operandi” característico de aquellos regímenes que crean pobreza para disfrazarse de salvadores a través de ayudas sociales y limosnas estatales, esperando que la ciudadanía, más pobre y menos libre, agradezca la caridad del “papá” estado. Esto es lo que pretenden y lo hacen sin miramientos.

    Cuando varias personalidades con cierta inclinación al engaño se juntan en una banda orquestada, las posibilidades del golpe perfecto se incrementan, cuando esa banda está a las órdenes de un jefe despiadado, sus escrúpulos se debilitan. He evitado la palabra “líder” con toda la conciencia que las nieblas costeras me permiten.

    Es importante entender que el liderazgo nunca se ejerce con dotes magistrales de improvisación, ni con ausencia absoluta de empatía, bajo la falacia comunicativa y el desapego ante las dificultades de los demás.

    Pues bien, aludiendo a una gran sentencia de Bertold Brech, autor poco sospechoso de pertenencer a ideologías despreciadas por Sánchez, y, sigo con Brech, no olvidemos que aquellos que luchan un año son mejores, los que luchan muchos años son muy buenos y los que luchan toda la vida son los imprescindibles, cabe preguntarse en qué categoría incluiría el literato a los que no luchan nunca por nada y, por encima, presumen de ello.

    Lo más asombroso es que el “modus operandi” de estos 23 componentes del puzzle deslabazado y desencajado que representa este gobierno, empieza a ser tan frecuente que provoca lo que conocemos en Psicología del Aprendizaje como proceso de habituación, ante un estímulo repetido la respuesta es, cada vez, menos intensa.

    La clave reside en como conseguir el proceso opuesto denominado sensibilización, aquel en el que el aumento de la respuesta ante un estímulo se da porque éste es nuevo o perjudicial. Hasta qué límite ha de llegar alguna de estas dos cualidades para que salgamos del letargo. Hasta qué límite de abuso de poder ha de conducirnos el encantador de serpientes para que salgamos a las calles y clamemos por nuestros derechos.

    Y es, entonces, cuando viene una y otra vez a mi cabeza el título de la novela de Kundera que no dejó indiferente a nadie en los años 80 y que se adentraba en las dudas existenciales del ser humano y en los conflictos afectivos que nos acechan. Lo más curioso es que a la par que en un flash espontáneo no deja de resonar en mi cerebro, en un ejercicio de análisis más conceptual me veo frenada tras la verbalización de las tres primeras palabras, véase “la insoportable levedad” dejando en interrogante el “ser”.

    Últimamente me golpea la idea del estar sin ser y creo que todo lo anteriormente señalado reafirma mi tesis al respecto. Seguiré leyendo con detenimiento a Rosa Montero y su fabuloso ensayo sobre la ausencia de cordura para entender mejor los rasgos que definen la fina línea entre la sociopatía y el narcisismo, aunque bien pensado quizás todo sea cuestión de madurez, ahora que este será el criterio, híperobjetivo, para cribar a los buenos de los malos estudiantes. Pero este tema bien da para otra bolsa de pistachos.

    14 ago 2022 / 01:00
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