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La nueva foto de Colón

    EN un desesperado intento de vencer a las encuestas que le resultan tan hostiles, la izquierda madrileña se apresuró a fijar una estrategia conjunta que, en lo que tiene de rectificación del pasado, es sin duda positiva. Se resume en el ejemplarizante dicho que recuerda que entre bomberos es de mal gusto pisarse la manguera. Traducido a lo que aquí importa, PSOE, Más Madrid y Podemos pactaron –como se evidenció en el único debate celebrado por los candidatos a los comicios del día 4– en vender un mensaje de colaboración y entendimiento para oponer, como bloque, a una derecha dividida.

    Como dicha táctica parece insuficiente para doblegar la terquedad de las encuestas, Podemos aprovecha el Pisuerga de las cartas con amenazas de muerte y la sobreactuación de Vox –que aunque suele acertar en el diagnóstico se pierde siempre en la impetuosidad de las formas– para no solo trazar un cordón sanitario con el partido de Abascal sino para intentar meter en el mismo saco de lo que cataloga como fascismo al propio PP y hasta al náufrago Ciudadanos, tan perdido en su busca de un lugar al sol.

    En esta sociedad líquida que nos recordaba Bauman, tan incapaz de encaminarse por los cauces de la razón como claudicante ante la más vergonzante manipulación, ha sido dado contemplar cómo –el mundo al revés– una manifestación de tres fuerzas políticas en defensa del orden constitucional y el Estado, bajo la enseña nacional, acabó por convertirse en la más retrógrada de las protestas. Dicho en otras palabras, la verdad sólo lo es cuando la dice Agamenón y no su porquero.

    La demonización de la foto de Colón como pretendido acto antidemocrático salió adelante y consiguió imponer su imagen reaccionaria por el evidente dominio que la izquierda tiene para fijar la hoja de ruta del suceder político frente a una desnortada derecha, incapaz de contrarrestar el manipulado relato que se le impone frente a su propia actitud de adocenamiento respecto de los medios de comunicación y de un no superado complejo de endeble autoestima, cuando no de querer hacérselo perdonar engordando con subvenciones al verdugo, como ocurrió a una ínclita vicepresidenta de Mariano Rajoy. Una herramienta, la de la prensa, que nunca supo ver como trascendental y, en consecuencia, arbitrar la contrarréplica de otros medios que desde la profesionalidad, el análisis riguroso y el atractivo de la oferta consiga audiencias suficientes como para imponer su propia narración.

    La manifestación del 10 de febrero de 2019 en la céntrica plaza madrileña se convirtió, en fin, en una rentable imagen reaccionaria que la izquierda quiere reactualizar ahora, aprovechando el exabrupto de Rocío Monasterio, para catalogar a toda la derecha como fascista, en tanto que PP y Ciudadanos pueden llegar a formar gobierno con Vox. Así, escuchar al candidato socialista Ángel Gabilondo decir que espera que Pablo Iglesias le ayude a acabar con la foto de Colón demuestra que, en política, la coherencia y la inteligencia también se toman vacaciones. Más coherente con su trayectoria, no sorprende que el líder de Podemos se erija en otorgante de legitimidades democráticas cuando asegura que lo que se dilucida en Madrid el día 4 es elegir entre fascismo –PP, Vox y Ciudadanos- y democracia –PSOE, Más Madrid y Podemos–. Es decir, la nueva foto de Colón. Y hasta puede que les funcione.

    26 abr 2021 / 01:00
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