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La nueva organización del desgobierno

    “ (Ross a Lady Macduff): (...) El mal acaso cese en su punto peor; y acaso todo a su prístino ser rápido torne” (W. Shakespeare, ‘Macbeth’, Acto IV, Escena 2).

    NO sé si hemos entrado en lo que algunos han dado en llamar la “nueva normalidad”, o si por el contrario lo hemos hecho en una “nueva organización del desgobierno”, en términos semejantes o parecidos a los que en su día denunció Alejandro Nieto en la segunda edición de su libro La organización del desgobierno, y que a mi juicio siguen estando tan plenamente vigentes ahora como lo estuvieron entonces.

    Al decir esto, me refiero, claro, a la realidad edulcorada que crea y recrea el Gobierno, al margen de la que los hechos, los datos, las cifras, en fin, ponen de relieve de forma reiterada, y cuya existencia le resulta imposible pasar por alto a cualquier observador que sea capaz de mantener una opinión independiente, o de resistir una disciplina política que trate de imponerle como propios criterios ajenos.

    Las muestras de esta nueva organización del desgobierno, que ponen en duda la afirmación de que nuestro país “va bien e incluso puede ir mejor”, son amplias y variadas, pues abarcan todos los ámbitos, estratos o sectores, sin que ninguno escape a una degradación que corre el riesgo de hacerse crónica y crear un nuevo canon de vulgaridad y mediocridad.

    La primera de ellas es una política anómica en la que las leyes, las convenciones y los principios apenas existen, o, caso de que existan, están sujetos a una permanente desnaturalización, fruto de un acuerdo entre socios que tiene como objetivo único la permanencia en el poder: las palabras son vaciadas de su contenido; las normas, ignoradas; las sentencias, incumplidas; los tribunales, vejados; la seguridad jurídica, deteriorada.

    El principal elemento que favorece el crecimiento de una situación como ésta, y sobre todo su perpetuación en el tiempo, es la existencia de ciudadanos acríticos, pasivos, complacientes, a resguardo de cualquier esfuerzo que vaya en menoscabo de una comodidad garantizada oficialmente de por vida, y en la cual la excelencia no es una meta a perseguir, sino un oprobio a evitar.

    Esto es tanto más llamativo cuanto que, por ejemplo, la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la función pública y buen gobierno, es justamente un llamamiento a lo contrario: a someter a escrutinio la acción de los responsables públicos; a exigir a éstos el cumplimiento de las leyes y, de no hacerlo, obligarles a asumir las consecuencias de su incumplimiento; a hacer lo necesario para regenerar la democracia. Pero si no sirve para esto, ¿para qué sirve entonces?

    La segunda de estas muestras es la supuesta recuperación económica, asegurada desde círculos gubernamentales y paragubernamentales, pero negada, en cambio, desde instancias nacionales e internacionales. Estas, en efecto, sitúan el crecimiento del PIB para este año entre el 4,3 % y el 4,8 % frente a la previsión oficial del 6,5 %, como consecuencia de la escalada de la inflación, los precios de la energía, la subida del salario mínimo, las alzas fiscales o el incremento de las cotizaciones sociales. Pese a ello, pese a una desaceleración que parece no ofrecer dudas, la lectura oficial, de carácter sesgadamente ideológico, insiste en sostener los cuadros macroeconómicos en los que se basan los presupuestos de 2022, resistiéndose a revisar las correspondientes estimaciones de ingresos y gastos.

    Por último, la tercera de las muestras a las que me voy a referir hoy es, en fin, el troceamiento de instituciones, organismos, corporaciones, anunciado un día y desmentido al siguiente, reflejo de un síntoma de improvisación continua en el que brilla por su ausencia un programa de gobierno. La impresión es que éste se va construyendo a medida que se va negociando con otras fuerzas parlamentarias y cediendo inexorablemente ante ellas, siempre que convenga a los intereses de partido, coincidan o no con los generales.

    Todo ello nos conduce, o puede hacerlo a corto o medio plazo, a lo que Jeremi Suri llama The Impossible Presidency, pues en esto y no en otra cosa se está convirtiendo la presidencia de Pedro Sánchez, en una “presidencia imposible”, para desdoro suyo, de la propia presidencia y del país en su conjunto.

    28 nov 2021 / 01:00
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