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La oposición después de Murcia

    CS nació para defender los derechos civiles en Cataluña, en parte sacrificados por PP y PSOE a las políticas de Estado. Estas favorecían la subordinación de las organizaciones locales de los partidos de ámbito estatal al nacionalismo hegemónico a cambio del apoyo a la gobernación general, por lo que se redujeron a dóciles sucursales que resignaban la aspiración de sus votantes al liderazgo local. El propio Cs desapareció cuando los electores que lo convirtieran en mayoritario se consideraron instrumentalizados por los intereses de Estado de Cs, que priorizaban la proyección de tales resultados a España para sobrepasar al PP.

    Que electores que se habían sentían objeto de abuso secesionista y moneda de cambio unionista votasen ahora PSC, podría interpretarse como si, deseando el diálogo, faltasen a la coherencia política al votar a un líder inconsistente que había pedido la autodeterminación y al candidato del fracaso pandémico de un gobierno comprometido con ERC.

    El proyecto español de Cs naufragó por la torpeza estratégica de Rivera y Arrimadas, que no entendieron que a los grandes partidos los electores les piden sobre todo prevalecer bajo ciertas premisas con las que tienen una larga identificación personal, pero a un joven partido liberal, sin tal impregnación psicológica, se le exigen más realizaciones efectivas de utilidad. La moderación seguirá siendo imprescindible pues cada vez hay menos fronteras ideológicas rígidas y más ideas a explorar en cooperación. En España se confunde la moderación con la claudicación y falta de acometividad.

    Pero la fuerza de la política no es el exabrupto. En tensión no se vota racionalmente sino como desahogo. No es político. El discurso de Sánchez y entorno tensó al máximo las cosas por interés. Tenían como punto débil la imagen de ERC, Bildu y Podemos como apoyo antiliberal de un gobierno débil con socioliberales en ministerios clave, por lo que se sintieron obligados a promover una caricatura emocional de la oposición que motejaba de extremistas a los liberales de Cs, de fascistas a conservadores de Casado y a Abascal de reencarnación nazi.

    La principal víctima de la política de tensión fue Cs (que había crecido con un PP más conservador que liberal), después el PP (a cuyas bases Sánchez radicalizó hasta dividirlas). Pero el error murciano de Cs y PSOE empujan a la desaparición de Cs, mientras el protagonismo de Ayuso impulsa una nueva cooperación conservadora PP-Vox.

    16 mar 2021 / 01:00
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