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La otra ‘ola’ de 2020

    HOY les contaré una historia, una de tantas que nos deja este 2020 que agoniza. Cuando todo esto empezó y las pocas mascarillas que había estaban lógicamente reservadas a sanitarios, mucha gente se encontró que tenía que seguir al frente de “actividades esenciales” sin más escudo que el saberse necesario, entonces las mascarillas no eran obligatorias pero se convirtieron en uno de los bienes más preciados.

    En la asociación de empresarias de la que formo parte las socias espontáneamente comenzaron a ponerse al servicio del resto, una de ellas aportó tela adecuada a las especificaciones indicadas por Sanidad, se buscó a alguien que pudiese coserlas y rápidamente se organizó un sistema de provisión de mascarillas en el que se daba preferencia a aquellas empresas que continuaban prestando sus servicios “cara al público”, incluso se articuló un sistema de reparto por zonas aprovechando idas y venidas a farmacias y supermercados. No hubo ni una sola discrepancia o queja, solo cuidado mutuo.

    En medio del individualismo imperante, la sociedad, en su faceta más amable, resurgía para intentar salvarse a sí misma en el momento en el que nadie parecía poder hacerlo, justo cuando el sistema revelaba su incapacidad para protegernos. Era el poder de las personas reivindicándose. Apoyándose, sosteniéndose.

    Desde entonces han sido innumerables las iniciativas ciudadanas que han surgido para aportar luz en medio del caos como parte de esa otra ola, la de empatía y solidaridad, que también nos deja esta pandemia. No he parado de percibirla desde entonces, en cada “espero que tú y los tuyos estéis bien” y en cada llamada y sonrisa generosa, en cada saludo vecinal y en cada mirada comprensiva. Cuidándonos mutuamente, convirtiéndonos en valedores y guardianes del arcoíris o, dicho de otro modo, de la esperanza colectiva.

    Algunas iniciativas fueron estrellas fugaces en una noche oscura, otras el inicio de un fuego tímido con vocación de permanencia, por encima de todo, cada una de ellas era la constatación de que queda espacio para la esperanza, de que nuestra capacidad de sentir e implicarnos con los demás solo estaba en estado de letargo.

    Soy optimista pero no ingenua, al menos no más de lo imprescindible, soy consciente de que cuando todo esto por fin se acabe quedará poco de esa ola de empatía de la que les hablaba, pero quedará el testimonio de ella en nosotros para siempre, el recuerdo de que un día nos sentimos juntos en algo, de que al menos por unas semanas en que el miedo no era tabú nos atrevimos a sentirnos solidariamente vulnerables en él.

    Me resisto a desechar aquellas mascarillas artesanales a pesar de haberlas amortizado sobradamente; para mí se han convertido ya en símbolo de todas las muestras de humanidad que atesoro para el recuerdo en el balance de este inicio trágico de los nuevos años 20.

    18 dic 2020 / 00:00
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