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La plaga del fuego

    DEJÉ PASAR una semana para escribir acerca del Debate sobre el Estado de la Nación, por razones sanitarias. Mis ojos pidieron una ITV. Y cuando creí que ya era capaz de ver las letras por lo menos en estos tamaños grandes con que nos permiten operar los ordenadores, ya el tal Debate se había ido por los desagües del parloteo. No pasa nada, lo sé, porque, además, habiendo ya tantas y tan bien vertidas, mi opinión de poco vale.

    Ahora está sobre el tapete un nuevo tema, quizá aún con más poder para reclamar la atención del respetable, que, por otra parte, es más bien ligero en la capacidad de mantenerla sobre cualquiera que se le suscite. Ahora eso de las grandes novedades es cuestión de horas, de pocos días, como mucho. Y ala: al baúl de los olvidos, que tampoco de los recuerdos. Por eso digo que somos ligeros. Todo pasa y nada queda.

    El nuevo asunto de debate es ya el de la plaga de fuego, entremezclada con una terrible ola termométrica, que asola el país y a sus vecinos, arrasando cuanto se topa en su camino, incluyendo campos, hogares y personas. Y revuelta sobre sí misma, yendo y viniendo, dejándose apagar y resurgiendo con crispación indómita. Yo no recuerdo que España –y Galicia también– ardiese al mismo tiempo por tantas de sus esquinas.

    ¡Es terrible! La destrucción empobrecerá incluso nuestro futuro, ya no sólo lo que se pierde entre las llamas, sino también lo que seguiremos perdiendo durante los próximos tiempos, a menos que se equivoquen todos los científicos –por citar sólo a los más fiables– cuando dicen que esta desgracia ya está enraizada en el maltrato humano del medio ambiente.

    Ya nos avisaron cinco mil veces de lo equivocado que es nuestro comportamiento y, por reincidente, de las consecuencias destructivas sobre todo lo que vive, incluidos nosotros mismos. Esto puede ser, si ya no lo es, una catástrofe también humanitaria. Somos nosotros, los hombres, clamando riqueza, los que atizamos las brasas.

    Y oídme, amigos: o paramos el desenfreno o será completamente estúpido el que guarde la más mínima esperanza en el porvenir. Sobre el cuidado de la naturaleza y la preservación de su poder para mantenernos vivos es necesario que tomemos decisiones ya, ahora mismo, y en todas partes, sin contar pasos, precios ni fronteras.

    Las consecuencias de una guerra, que ya estamos viendo cuales son, pueden ser poco comparadas con las de una desgracia ambiental que se pueda extender sobre el planeta como esta plaga de fuego. Convenceos: este mundo, tal cual va, no nos garantiza la supervivencia. Y la riqueza, tal como la ganamos, tampoco.

    21 jul 2022 / 01:00
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