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La tarea de ser feliz

    NOS suceden muchos males, pero te piden optimismo. Estoy leyendo varios libros sobre la felicidad. Proponen soluciones para ser feliz. Ejercicios. Físicos, muchos de ellos. Porque, al parecer, la felicidad tiene que ver con mover el cuerpo, con andar, no sólo con imaginar paisajes amables. Hay razones científicas detrás, sin duda, pero, como siempre, hay que tener tiempo para esas cosas. La falta de tiempo es uno de los castigos contemporáneos. El mundo ha de estar organizado, y parece que con la organización y el orden también crece la serenidad. Pero muchos abogan por saltarse la tiranía de los horarios (aunque eso estresaría a otros), y no faltan los que han puesto el ojo en la semana de cuatro días laborables, un avance propio del futuro. Todo se andará.

    Hay psicólogos que no creen en exceso en la felicidad, que siempre es un chispazo, un momento, un segundo. Manuel Vilas, que acaba de ganar el premio Nadal, siempre me decía que creía en la alegría, que la palabra felicidad le resultaba excesiva, inabarcable. La alegría parece más doméstica, más cercana, más tangible, menos filosófica. Hay especialistas en salud mental que abogan por la serenidad, por la tranquilidad, no tanto en perseguir la felicidad a toda costa, porque una de las razones de la infelicidad está en la frustración. Cuanto más alto es el listón que nos ponemos, más posibilidades tendremos de ser infelices. En un mundo dominado por el vértigo y por el ansia de poder, no parece fácil aceptar afirmaciones así.

    Esta semana, por ejemplo, hablé con Cristina Martínez, que es una psicóloga famosísima en redes (las redes tienen su parte buena, de acuerdo), que lleva años dedicada a la tarea de hacer que la vida sea mejor para la gente. Le pregunté si alguien, en estos veinte años, se acercó a su consulta y le dijo: “doctora, quiero ser feliz”. Así, sin más. Resumiendo. Porque su último libro se titula precisamente Ser feliz es urgente (Planeta), y nadie tiene dudas sobre esa urgencia, claro está. Pero Cristina me confesó que en todos esos años sólo una o dos personas le habrán dicho “quiero ser feliz”. Como si sintiera que es pedir demasiado. O lo imposible. “Suelen venir por cosas muy concretas”, me dice. Lo que implica que identificamos nuestra infelicidad con situaciones determinadas, no como un estado de ánimo general. Y, sin embargo, cuando estamos infelices, lo estamos para todo.

    Quizás no pensemos que los males lejanos, o exteriores, los que no nos afectan directamente, o eso creemos, no causan infelicidad. Pero conozco a muchos que, cuando comienza un informativo, buscan un documental de la naturaleza, o un concurso de palabras (sin referencias a la realidad, por favor). Los documentales también pueden traer malas noticias, pero si se trata de ver cómo evoluciona la vida de los animales en un paraje determinado, deteniéndonos en detalles que quizás nunca imaginamos, el mundo nos parece mejor. La mayoría de los males, sí, tienen que ver con nosotros. Pero también muchas de las grandes cosas que suceden.

    Entre los muchos ejercicios para meditar y conocerse mejor a uno mismo, como aconsejaban los griegos, que, al parecer es el inicio de un plan para ser feliz, Cristina Martínez propone uno de Jon Kabat-Zinn, que consiste en meditar profundamente sobre una pasa. Sobre la esencia de esa pequeña fruta. Parece que hemos perdido la capacidad de fijarnos en los detalles, en lo fundamental. Hemos perdido los sabores, los matices, de las cosas. Esta es la cuestión. “Meditar es una forma de amar”, dice Zinn. Seguramente lo que sucede es que hemos olvidado la manera correcta de mirar el mundo.

    19 ene 2023 / 01:00
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