Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

La triple confusión

Se ha definido de muchas formas a la filosofía, y eso es algo que a todos nos importa porque todos somos filósofos, al tener la capacidad innata de pensar. La desarrollamos a lo largo de nuestras vidas para comprender las circunstancias en las que nos toca vivir. Descartes, que no era un filósofo profesional, sino un matemático, un científico y un aventurero, definió a la filosofía como la búsqueda de las ideas claras y distintas, como son las ideas matemáticas, y otro matemático que acabó por ser un filósofo, E. Husserl, dijo que la misión de la filosofía es hacer visible lo evidente, una tarea que nunca fue fácil y ahora es casi imposible.

Si esta es la misión de la filosofía podremos decir que vivimos una época antifilosófica, por no decir como A. Glucksmann en un libro muy conocido, que vivimos en la era de la estupidez o de la idiotez de lo políticamente correcto. Se intenta arrinconar al pensamiento, porque el pensamiento está unido a la búsqueda de la libertad. Cuando tenemos una duda, sea de tipo que sea, inmediatamente tratamos de resolverla buscando datos y utilizando argumentos, y esa búsqueda o investigación puede ser de muchas clases: personal, policial o científica, pero siempre se rige por las mismas reglas. Tras la búsqueda llegamos a una conclusión, y esa conclusión tenemos que asumirla como propia otorgándole nuestro asentimiento, o sea, hacerla parte de nosotros mismos.

No hemos elegido el mundo en el que nos ha tocado vivir, porque nacemos en una fecha que nos enmarcará en un generación, que compartirá sus sentimientos e ideas. Al envejecer cada generación, poco a poco el mundo comienza a parecerle un poco extraño si no se da la continuidad o el relevo entre generaciones de una forma natural, sino que se crean conflictos entre ellas. Entonces los jóvenes desprecian a los viejos, y creen que no se puede aprender nada del pasado, y los viejos, un poco resentidos, les dicen que la juventud es una enfermedad que se cura con la edad, como la vida, que al fin y al cabo también es otra enfermedad, pero eso sí, con una tasa de mortalidad del 100%.

Nuestra era de la estupidez niega el valor del pasado, y en ella comparte su trono con la confusión y la falta de inteligencia. Está muy mal visto dudar, explorar, investigar y adentrarse por los caminos del pensamiento. Lo único que se nos pide ahora es el asentimiento inducido por quienes controlan la información, el dinero y el poder. La era de la estupidez también se llama la era de la información, e incluso hay quien propone que los modos de producción de la historia económica: esclavismo, feudalismo, capitalismo, sean sustituidos por modos de información, porque en el fondo creen que la realidad puede ser sustituida por la ficción, gracias a la acuñación de palabras huecas y de lemas difundidos machaconamente con indudable éxito.

No es una casualidad, por ejemplo, que en España el cerebro, si se le pudiese llamar así, del gobierno de Pedro Sánchez sea un especialista en publicidad, que ni siquiera es miembro del gobierno, y por supuesto no ha sido elegido por votación dentro de ninguna lista electoral, y que por lo tanto carecería, según muchos, de legitimidad para gobernar a quienes gobiernan y además intoxicar la información. Se busca el asentimiento a los lemas para controlar el poder económico y político mediante la adulación. Pero los destinatarios de la adulación no son personas de carne y hueso, porque entonces habría que resolverles sus problemas para tenerlas contentas, sino abstracciones. En la era de la estupidez las abstracciones ocultan casi totalmente a la realidad, no la sacan a la luz, al revés que en las matemáticas.

No hay personas ni gente corriente, por ejemplo, pero si “ciudadanía”. Ciudadanía es un término abstracto que designa la condición de una persona de poder ejercer unos determinados derechos: a la salud, el trabajo, la propiedad, la educación, o la participación política. Y esos derechos, para ser efectivos, tienen que llegar a concretarse con leyes que los conviertan en realidades y no en lemas ni en propaganda. Nuestra “ciudadanía” propagandística es otra cosa. Se usa ciudadanía para no repetir “ciudadanos y ciudadanas” una y otra vez, y se halaga a esa abstracción para llevar al huerto, al huerto electoral, a las personas reales, diciéndoles lo mucho que se las quiere y lo importantes que son, para olvidarse de ellas al día siguiente de la formación de un gobierno, en espera de seducirlas de nuevo en la próxima contienda electoral.

El gusto por lo abstracto es también el gusto por el eufemismo, que sustituye unas palabras por otras sin cambiar la realidad. Pongamos un ejemplo del país que inventó el lenguaje políticamente correcto, los EE. UU. Allí se creó la expresión “de color” para designar a los que antes se llamaban negros, porque negro era sinónimo de esclavo o un insulto, que se dobla coloquialmente en el cine como “negrata”. Perfecto. No se debe clasificar a la humanidad por colores: blanco, negro, amarillo, cobrizo, pero en realidad se sigue haciéndolo de un modo igualmente discriminatorio, porque nadie que no tenga la piel más o menos negra es de color en el uso del lenguaje corriente. ¿Qué pasa, es que el resto de la humanidad es incolora? No, claro, pero si se dicen los colores hay que volver a decir negro, y es más cómodo no decirlo que acabar con el racismo, en un país en el que “raza” solo se refiere igualmente a la negra.

La abstracción y el eufemismo son dos herramientas básicas para sembrar la confusión, cimiento de la desinformación y el gobierno. Lo estamos viviendo con tres términos: salud, derechos e información, que se pueden usar para encubrir claros abusos de poder. Nadie sabe qué es la salud, pero todos sabemos qué es la enfermedad, sobre todo si estamos enfermos. Hay miles de enfermedades: graves y leves, bien o mal conocidas, raras y desconocidas, y curables e incurables. Estar sano consiste en no tener ningún diagnóstico durante el máximo tiempo posible. Y es que si tuviésemos una enfermedad no diagnosticada o desconocida desde la adolescencia hasta los 90 años, que no tuviese síntomas ni causase problemas, entonces no estaríamos enfermos.

Los ministerios de sanidad deberían llamarse “Ministerio de las enfermedades”, de su tratamiento, cura y prevención. Lo ideal sería que no tuviese que haberlos porque todo el mundo estuviese siempre sano. Pero si se llamasen así parece que podrían exigírseles de verdad responsabilidad por enfermedades concretas. Si se llaman de Salud o Sanidad, eso parece más difícil. Hasta no hace mucho había Ministerios de la Guerra, porque su misión era organizar la guerra, en el ataque o la defensa; luego pasaron a llamarse de Defensa, dando la impresión de que el que ataca siempre es el malo, el otro.

Los servicios de salud pública son bienes inapreciables que tienen mucho que mejorar en muchos aspectos concretos, y por los que debemos luchar cada día. Pero la salud en la era de la estupidez también es otra abstracción que lo abarca todo. Como supone mucho gasto de dinero público queda en manos del gobierno de modo directo, o privatizándola en beneficio de unos pocos. Y como el dinero público son impuestos y los impuestos política, la salud acaba convirtiéndose descaradamente en política y juego electoral. Los gobiernos controlan el dinero público, promueven leyes y utilizan las que están a su mano a su modo y manera. Como además controlan, directa o indirectamente, la mayoría de los medios de comunicación -sobre todo en los estados de alarma, de excepción o en la guerra-, pueden mezclar salud, dinero público y propaganda a su antojo y dictar las medidas que deseen, sean acertadas y basadas en la evidencia o improvisadas y fruto del capricho.

Así hemos pasado de poder pasear fumando por la calle, si llevábamos un perro como salvoconducto, a no poder hacerlo -y quizás con razón-, en aras de la salud. De decir que las mascarillas no servían casi para nada a hacerlas obligatorias. Sin embargo no se invierte el dinero que piden médicos y expertos en salud pública y educación para atajar el problema, quizás porque de verdad no interesen, pero sobre todo porque no lo hay, ya que las medidas económicas y la irresponsabilidad política, amparadas por una gigantesca campaña de información y desinformación a la vez en la que los lemas se repitieron hasta la saciedad, llevaron a nuestro país al borde de una ruina que no paliaron este verano los anhelados turistas caídos del cielo, como era evidente que tenía que ser. Ni tampoco lo harán los deseados miles de millones de la Unión Europea, incapaces de contener el galopante déficit público, que junto con la deuda crecen como un tsunami, en espera del siniestro rescate que se avista para el 2022, y del que siempre tendrán la culpa los demás.

11 oct 2020 / 00:27
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.