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Lampreas o cacheiras

La Europa más comprometida se acostó el pasado domingo 24 con la satisfacción de que Macron había derrotado en las urnas a la ultraderecha Lepeniana en Francia y al día siguiente, lunes 25, parte de ella amortizaba la resaca con la conmemoración del aniversario de la Revolución de los Claveles que finiquitó la dictadura portuguesa en 1974. Mientras tanto, en Galicia, los dos representantes más altos de nuestro Gobierno autonómico se pasaron el fin de semana divididos entre la fiesta de la lamprea de Arbo y la exaltación del cocido de Lalín. No son parámetros comparables, claro que no, pero sí demostrativos del valor que adquieren nuestras fiestas gastronómicas como termómetros de la situación y la temperatura políticas de nuestra tierra.

Ni Arbo ni Lalín parecen ser los lugares más apropiados para estar pendientes de las elecciones francesas, de guerras que recuerdan el auge del fascismo, de totalitarismos y populismos crecientes o del renacimiento de partidos ultras, y mucho menos en el día en que sus pucheros ponen a prueba con sus viandas tradicionales los estómagos más exigentes. Ese día, obviamente, hay mejores cosas que hacer allí, pero tampoco infravaloremos las capacidades de estos dos pueblos para suscitar interesantes debates al calor de los platos tan contundentes que allí se sirvieron. Para empezar, no es una cuestión menor ni baladí la elección de las plazas que decidieron capitanear cada uno de nuestros presidentes, el que se va y el que llega. Alfonso Rueda acudió a Arbo, donde se rindió homenaje a la lamprea, un producto de temporada que en estas semanas se encuentra en todo su esplendor, más o menos como el propio vicepresidente primero de la Xunta, que atraviesa los momentos más culminantes de su vida.

Núñez Feijóo, en cambio, se fue a Lalín a comandar una feria de cerdo cocinado que se celebró a destiempo, igual que su marcha a Madrid. Tendría que haberse celebrado en el mes de febrero, pero la ola de coronavirus que nos afectó durante el carnaval hizo que se retrasase en el calendario, como la marcha a Madrid de nuestro presidente, que por lógica tendría que haberse producido en 2018, cuando lo dejó Rajoy, pero entonces una inesperada superinflación de candidatos le aconsejó la espera.

Lo más revelador, sin embargo, ya estimulado nuestro olfato detectivesco con estas sanguinolentas salsas festivas, fueron los egregios tríos que se formaron con cada presidente –el que se va y el que llega– en sus recorridos por las calles insignemente alampreadas de Arbo e ilustremente acerdadas de Lalín. Con Rueda, bien pegaditas a su estampa, caminaron risueñas dos damas de su círculo político más íntimo de Pontevedra, la exministra Ana Pastor y la directora de Turismo de Galicia, Nava Castro. Los tres hicieron doblete y repitieron después con Feijóo en Lalín, pero ya en un papel más secundario y distante. Al actual presidente con quien se le vio departir con sumo agrado fue con dos de los nuevos comendadores del cocido, la periodista Esther Estévez, que presenta en TVG el espacio Dígocho eu –expresión poco probable que alguien use con Feijóo, sobre todo ahora que es líder nacional– y el exministro José Blanco, con quien coincidió en las aulas de la facultad de Derecho y, por esos azares inescrutables de la vida, tal vez porque les quedó alguna asignatura pendiente, el destino volvió a juntarlos esta primavera, cuarenta años después, para compartir generosas raciones de cacheira con sus dignas orejas, grelos y chorizos.

Hay quien quiso ver en estas dos estampas diferenciadas –lo que se cuenta aquí sólo es la punta del iceberg– que ahora a Rueda lo rodea una estirpe de políticos con o sin mando en plaza, pero que van tomando posiciones, mientras que a Feijóo lo despiden con juegos porcinos de emérito comendador en el exilio, a la espera de mejores noticias desde Madrid. Incluso no falta quien augura, extrapolando simbólicamente estas citas gastronómicas, una guerra entre lampreas y cacheiras coreada en el partido al modo del “tigres y leones” que cantaba Torrebruno, aquella versión italiana pequeña y cutre de Franco Battiato que hasta se atrevía con el Arrivederci Roma.

Arrivederci Galicia, dijo Feijóo desde Lalín, casi con un trozo de lacón en el alma y el adiós con el corazón en el paladar, que en las fiestas gastronómicas es sabido que los órganos sensitivos tienden a confundirse. Como los ingredientes del cocido, cuya virtud, según señaló el de Os Peares, “está en la integración”. Todo lo contrario que el cocido andaluz que prepara Juanma Moreno, que adelantó las elecciones para disociar a Vox de su menú de gobierno. Sea cual sea el resultado, Feijóo tendrá que comérselo sí o sí, aunque si el sabor Lepeniano persiste, intentará no atragantarse, como ya ensayó en Castilla y León.

Veremos cómo digiere Rueda, valedor de la enigmática lamprea, las múltiples composiciones del cocido. A Feijóo, la experiencia culinaria lalinense le valdrá para cenar mañana en Tele 5 con Bertín Osborne, con el que seguro que se zampará menos bocados de Abascal que de Macron, ese político moderado e indefinido. ¡Dígocho eu!

29 abr 2022 / 01:00
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