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Larry King: no más preguntas

    HACE unos veinticinco años, o así, me aficioné bastante a las entrevistas de Larry King. Recuerdo aquella primera parabólica de tamaño respetable que me permitía recibir, con más complejidad que ahora, emisiones internacionales. Larry King me parecía un tipo extraño e inesperado, muy norteamericano, signifique eso lo que signifique, o muy neoyorquino, si lo prefieren. También, sí, muy de Los Ángeles, donde acaba de morir.

    En efecto, Larry King murió ayer a los 87 años, al parecer a causa del coronavirus. Retirado en teoría, aunque no en la práctica, desde 2010, cuando abandonó la CNN, la de Ted Turner, a la que dedicó sus mejores años, el afamado entrevistador pasa a formar parte de la nómina de esos ilustres periodistas de otro tiempo, aunque su tiempo también era este. Nunca fue capaz de jubilarse, algo que, en esta especie de sacerdocio laico que es el periodismo, como diría VAlentín Carrera, puede entenderse de verdad.

    No es este el lugar para analizar la densísima y entretenida biografía de Larry King: seguro que los periódicos ofrecerán hoy hasta el último detalle. Lo que me inspira su desaparición es un análisis del periodismo en estos tiempos difíciles. Larry alcanzó el estrellato cuando sustituyó la radio por la televisión (en realidad, las simultaneó durante un tiempo). Su prestigio anterior, que ya existía, se convirtió en algo global con apenas dos o tres detalles: los tirantes, el micrófono de radio y las preguntas breves. Su voz, cavernosa, inconfundible, hizo el resto.

    Quizás el género de la entrevista sirva para retratar la evolución del periodismo mejor que ningún otro. Medios que crecieron hablando con la gente, famosos o no, han terminado dominados por el vértigo, por la necesidad de llenar la pantalla de rótulos urgentes y parpadeantes, por la imposibilidad de ofrecer largas conversaciones, aunque sí interminables pseudodebates (hay excepciones) y tertulias que giran sobre sí mismas.

    ¿Se imaginan hoy los silencios de El Loco de la Colina, poco afín a Larry, pero un maestro también? ¿Se imaginan hoy a aquel Hermida, más heredero de King, aunque mucho más barroco? ¿Y un Joaquín Soler Serrano? ¿Se imaginan hoy un programa como A fondo? El alimento nutritivo de la buena entrevista ha sido sustituido por esa comida rápida de las frases que parecen imitar tuits, la confrontación y la ausencia de profundidad.

    Larry King se sabía una estrella, aunque presumía de no ser periodista. También le gustaba decir que no preparaba mucho las preguntas, ni se leía los libros de los autores que entrevistaba (bueno, eso mismo dice Broncano..., aunque creo que hablamos de otra cosa). No sé si esto es recomendable (yo intento no hacerlo...), pero él conseguía que todo lo dijera el entrevistado, que para eso estaba. Ya fuera un presidente de Estados Unidos, Thatcher, Putin, o un desconocido.

    Ya sin Larry King, aún nos queda Barbara Walters por ahí. Son memorias de otro periodismo. Un periodismo que aún subsiste, como en Christiane Amanpour (o quizás, aquí, en Évole, que ha acometido también entrevistas complejas), pero que, en este tiempo de frases de diseño, de mensajes precocinados y de ruedas de prensa sin preguntas, es muy probable que tenga los días contados.

    24 ene 2021 / 00:00
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