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Las señoritas de la uni y su casa de muñecas

Manolo el zapatero era un fino observador, como la mayor parte de las personas que viven en Galicia. A Manolo le tocó hacer la mili en Ferrol, sirviendo en la marina, y al volver a su pueblo comentó una vez que: “as señoritas de Ferrol teñen uns cans que lles chaman lulús”. Su comentario es acertado, porque en el pueblo de Manolo había perros, gatos, vacas, caballos, cerdos, gallinas, jabalíes, lobos, pájaros de todas clases, y por supuesto lagartos, ratones, culebras, y en el mar cercano toda clase de peces y mariscos. Los perros tenían nombres, algunos rimbombantes, de los mariscales de Napoléon, como “Ney”, porque sus ejércitos dejaron en Galicia recuerdos de todo tipo, y algunos desertores. Hay también perros que se llaman “Trosky”, pero no conozco ninguno al que se le llamase “Franco”, aunque solo fuese por darse el gusto de poder darle órdenes al Caudillo, y tal como van las cosas algún perro se llamará “Zelenski”.

En el pueblo de Manolo se habla a los animales que tienen nombre, sean perros, vacas o gallinas. Y si se les habla es porque se cree que en cierto modo son como nosotros y que tienen sentimientos. Los animales tiene sus vidas y las personas las suyas, y todo el mundo sabe cuál puede ser el destino de cada uno. Y naturalmente casi todo el mundo piensa que quien maltrata animales es capaz de maltratar a las personas.

Nuestra manera de hablar dice mucho de nosotros, tanto por las palabras como por los tonos que usamos. Compartimos una lengua, o quizás somos en realidad parte de ella, y por eso cada grupo social crea una lengua propia, lo que los lingüistas llaman un idiolecto; esa lengua, sea la del hampa, cuyo dialecto en el siglo XVI se llamaba “germanía”, o la de los profesionales y grupos sociales de todo tipo, sirve como un modo de reconocimiento. De la misma manera nuestros gestos, movimientos y nuestra forma de vestir son el espejo de nuestras almas, o de lo más profundo de nuestros yoes.

En la política española tenemos un grupo que, como todos, tiene su propio idiolecto, pero su caso lo que más lo caracteriza es el uso sistemático de los diminutivos, de tal modo que parecen haber creado un dialecto infantil. Se trata de un grupo de políticos, incubados en la Universidad Complutense, a la que ellos llaman la uni. Tienen su propia uni de otoño, y casi todos ellos formaban parte de la facul de ciencias políticas. Básicamente eran un grupo de amigos que tenían sus reuniones y pasaban juntos sus fines de semana, y que, como amigos que eran, se llamaban con diminutivos, como Isa, Vicki -nombre de una jueza que quieren proponer para el CJPJ-, y por supuesto siempre son Pablo, Ínigo, Irene, Ione, etc., tratándose con sus diminutivos en el hemiciclo, en el que se dirigían al presidente del Congreso como Patxi, y se saludaban y saludan repartiendo besos, abrazos y aplausos por doquier.

Dentro de ese grupo hay varias mujeres con cargos que dirigen ministerios con bastante dinero y amplios equipos, aunque sin competencias reales, porque dos de ellos interfieren entre sí, junto con el del ministro Garzón, que a su vez interfiere con los ministerios de agricultura, comercio, sanidad, y con casi todos los demás. Pero los ministerios de esas dos mujeres tienen una característica en común: su obsesiva preocupación por el lenguaje políticamente correcto, y nada más que por eso, porque, como no tienen ideas, y ni quieren, ni saben, resolver los problemas reales, que le competen a otros ministerios, entonces han decidido crear un mundo feliz en el que las palabras significan lo que ellas quieren, y en el que a los perros se les llama “lulús”. Son, como diría Manolo, las señoritas de la uni.

Desde su ingreso en las universidades las mujeres se han vestido de diferentes maneras, según la moda del momento. Las primeras estudiantes de la época del feminismo inicial, cuyo lema era “para las mujeres el voto y para los hombres castidad” eran extremadamente recatadas y puritanas. Tras las años 50 su vestido comenzó a cambiar, del moño a la laca, de esta a la melena y de la falda hasta los pies a la minifalda, la falda hippie y toda una serie de cambios que sirven como símbolo de los cambios sociales e ideológicos. Las señoritas de la uni, analizadas desde una perspectiva “sastreril”, que hoy se llama sartorial en el lenguaje académico que ya no sabe ni ser pedante y que cada vez es más pijo, se peinan y visten del mismo modo. Son de la misma edad, y con su ropa, cada vez más cara desde que ocupan cargos, se esfuerzan en dar la imagen de mujer lo suficientemente atractiva, que no llega a la exuberancia, por situarse en el punto intermedio entre el deseo y el recato.

Las señoritas de la uni gustan también de exhibirse como madres, apareciendo con sus bebés en el lugar menos pensado. Forman parejas perfectas, aunque su separación dé lugar a un cambio de gobierno, como ha ocurrido con Pablo e Irene. Y tienen unas casas de muñecas, a las que llaman ministerios, en las que juegan a las familias, a las mascotas, a los juicios, y a los comercios, si invitan a jugar a Alberto, el del consumo.

Juegan a las familias catalogando variantes nuevas, pero con gran retraso. Si quien seguramente ha cobrado por buscar los nombres del juego da las familias hubiese leído el libro de Christian Rudder: Dataclysm: Love, Sex, Race and Identity. What our Online Lives Tell us about our Offline Selves (Broadway Books, New York, 2014), elaborado a partir de los Big data de la web de citas OKCupid, de la que el autor es propietario, verían que subjetivamente salen más de 50 tipos de familias verbales, pero no de derecho.

Lo que es la familia lo define el Código Civil, que proviene del derecho romano y se promulgó en el siglo XIX. Y los cientos de tipos de familias reales que han existido y existen son conocidos por los antropólogos y son objeto de una materia muy compleja que se llama “estudio de los sistemas de parentesco”.

La familia romana y española es monógama, y sus funciones son: establecer la filiación entre ascendientes y descendientes, regular las relaciones sexuales con la exigencia de fidelidad, establecer las reglas de cuidado y ayuda mutua entre sus miembros, y transmitir la propiedad de los bienes tras la muerte, mediante el testamento. Socialistas y anarquistas pidieron la abolición de la familia, porque era esencial para abolir la propiedad privada, pues ¿quién va a heredar una gran empresa sino hay herencia?, y porque la custodia de la propiedad privada exigía crear el estado y sus cuerpos represivos. Y además porque limitaba la libertad sexual.

De la misma manera habían pedido la supresión de la familia los movimientos gay y lésbico, porque sabían de lo que hablaban. Lo curioso es que ahora ya no es así, sino que se pretende que la familia patriarcal romana sea el modelo al que cualquier tipo de relación se asimile por la analogía y el principio de “es como sí”. ¿Por qué no se pide la reforma del Código Civil? ¿Quizás porque no sabe lo que es? O simplemente ¿por qué no se pide suprimir la familia, haciendo que el testamento sea totalmente libre, que las relaciones sexuales no se rijan por ley, y que el cuidado del prójimo no sea una obligación? ¿Por qué no se cambian o suprimen los términos de parentesco: padre, madre, hijo, hermana, tía o cuñada, mientras se cacarea sin parar que todo en la familia es fluido? Pues porque en la casa de muñecas solo se juega con palabras.

De la misma manera se juega con palabras cuando se confunden a las mascotas con los animales en general. Que un animal y una persona sean jurídicamente equiparables solo tiene sentido en el caso de las mascotas y animales domésticos. Pero si los animales son sujetos de derecho, ¿pueden ser propiedad de alguien, o miembros de una unidad social o familiar? ¿Se puede hacer un legado testamentario para garantizar el cuidado de una mascota? ¿Se puede adoptar la mascota de otro propietario? Se podría seguir hasta el infinito, porque solo es otro juego de la casa de muñecas, como el que juega Alberto enseñando recetas de cocina exóticas a la ciudadanía, haciendo lo que siempre se ha hecho en las casas de muñecas: jugar a hacer comidas y servir meriendas.

Lo importante es jugar con las palabras y por eso habría que volver a imprimir aquellos viejos carteles que decían: “hablad bien, la ley moral y el decoro prohíben la blasfemia” Antes la blasfemia se refería a la religión, hoy a la sexualidad vista por las señoritas de la uni. Cualquier palabra o insinuación sexual puede ser delito. Sin embargo Podemos ha exhibido como musa y modelo a Amarna Miller, una chica que se llama en realidad Marina y que fue actriz porno. ¿Grabar actos sexuales reales, orales, anales y vaginales, entra en el campo de la obscenidad? ¿Se pueden ver, pero no decir, ni nombrarlos? Se dirá que todo eso es consentido, lo que casi nunca es cierto, como puede verse en el libro de Mabel Lozano y Pablo J. Conellie: PornoXplotación. La explosión de la gran adicción de nuestro tiempos (Alrevés, Madrid, 2020), para el porno español.

Jugar a las palabras puede llevar al delirio. Giacomo Casanova, un pensador libertino nacido en Venecia, el vergel de la prostitución y los amores prohibidos de la Europa del XVII, destacó por primera vez en su carrera intelectual en un debate académico en latín, en el que a la pregunta “¿ por qué el coño es masculino y la polla femenina?” respondió: “porque lo que manda siempre es masculino”. ¿Era Casanova feminista o machista? Si quisiésemos seguir jugando a los delirios de las casas de muñecas, alguien, en una noche febril, ¿podría tener la tentación de crear algo así como el ministerio talibán para la represión del vicio y la promoción de la virtud con su policía propia en el nuevo delirante debate político en el que las personas reales y las causas justas son vampirizadas por las señoritas de la uni?

11 dic 2022 / 01:00
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