Ley ‘trans’, vidrios rotos

LA ministra de Igualdad ha puesto la mano en algo tan resbaloso como el sexo. El borrador de la ley trans apunta a que podamos ser socialmente hombre o mujer según nos sintamos cada uno al margen del propio cuerpo. El Gobierno y parte de la opinión pública aceptan la mal delimitada noción de género para borrar la consolidada categoría sexo.

Una persona es hombre, mujer, homosexual, hetero, bi, queer, trans, pan-, antro-, demisexual, hasta trece opciones a su elección/capricho. El sentimiento para mucha gente es elemento determinante más que la razón. Si el sentimiento es determinante para mantener una relación afectiva, el cambio de sentimiento es motivo para romperla. Los matrimonios montados sobre el sentimiento tartalean con su volubilidad; permanecen los que introdujeron raciocinio y compromiso de estabilidad.

La ideología de género ha sido introducida en cierta mentalidad y planteamiento educativos. El desacuerdo escenificado entre Podemos y PSOE en cuanto a detalles enmascara su proyecto de colar el cambio de sexo como derecho reconocido en este país distraído en la pandemia.

Vivir en paz con el sexo no es espontáneo mientras la concupiscencia y el erotismo empapan la condición humana. No es raro que durante el crecimiento un adolescente -–o un adulto– descubra actitudes y gustos del otro sexo. Y es normal que el tiempo y una educación adecuada borre esas distonías. En un ambiente ilustrado quedarían muy pocos casos de disforia sexual. Es innecesaria una legislación que magnifica algo infrecuente y a menudo pasajero. Y que contradice la experiencia milenaria.

La volubilidad de los sentimientos y sensaciones hacen sospechosa esa ley trans. Mejor aceptar el sexo biológico con sus taras que el desconcierto social ante un cambio de sexo por autodeterminación y un atracón de hormonas. Nuestros legisladores pisan vidrios rotos.