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Llegó el otoño

    ALLÁ por el 1595, cuando William Shakespeare ponía negro sobre blanco una de sus comedias más celebradas, A Midsummer Night’s Dream, traducida al castellano, con esa habilidad que Dios nos ha dado para ello, como El sueño de una noche de verano –¡que no será por nuestra tradición en el festejo del solsticio de verano y la noche de San Juan!–, sospecho que en un arranque de genialidad ejerció de chamán y nos dejó una radiografía de la ilusión sentimental que sería la futura Unión Europea.

    Ese enredo de amores cruzados (intereses) sometidos al fatalismo del desencuentro y a la torpe manipulación de hadas y duendes (nacionalismos y dogmatismos), manejados por el rey de las hadas (el capitalismo). Con la diferencia de que la obra maestra shakesperiana remata en final feliz mientras que la nuestra permanece suspendida en realidades paralelas, sin aparente solución de continuidad. Llegados a esa conclusión es prudente recordar que una mala comedia produce tanto espanto y llanto, como un mal drama hilaridad y desencanto.

    La referida obra literaria es imprescindible, pero si por aquello de las premuras y veleidades de nuestro tiempo no tienen unos minutos para relajarse leyéndola, pueden escuchar la obertura del mismo nombre de Félix Mendelssohn. Cierren los ojos y déjense guiar por los violines, contestados de forma magistral por los instrumentos de viento.

    Cada crisis que hemos transitado le ha sacado los colores a ese sueño de Unión Europea por la ausencia de coordinación y ejecución de una política común real. Nos pusimos colorados en los conflictos del Golfo, en los desafíos del terrorismo o en la ignominia de los refugiados. Así de tocados llegamos a la pandemia de la COVID-19, que puede ser la puntilla. Hasta los hijos de la Pérfida Albión –¡y mira que son previsibles que de casta les viene lo de piratas y corsarios!– nos mantean y ridiculizan, al punto que nuestra candidez se vuelve bochorno.

    Ya ha pasado el verano y a base de frustraciones nos han dejado sin ganas de soñar. La vieja Europa está decrépita, con más arrugas y cicatrices que un veterano del Tercio. La UE es un ni quiero ni puedo, una existencia que se ha basado en las componendas y, como aquellas trufadas de cirugía estética, deja al descubierto –de forma patética– los daños.

    Es evidente que las economías con capacidad de decisión y operatividad (USA, China, Japón,...) saldrán en una mejor posición que acentuará las diferencias; incluso Gran Bretaña. Si no se avanza en la unión, vendrá el duro invierno.

    05 abr 2021 / 01:00
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