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“Lleva tu propia botella”

    HAY que reconocer que Boris Johnson es un animador extraordinario de la política europea, aunque ya no esté en Europa. Animador como lo podía ser Donald Trump, que siempre guardaba un toque surrealista para terminar el día. Boris completó lo del brexit, esa aberración política, una idea extrema que Camerón de la isla le arrebató al mismísimo UKIP, no sé si se acuerdan. Molaba irse de la vieja y burocratizada Europa, venían a decir. Una fiesta.

    La verdad, es difícil comprender cómo Boris, de rubicundo flequillo tremolante, se mete en estos fregaos. No es la primera vez ni será la última, porque se le ve el talante. La política británica es muy agitada en este sentido (la nuestra también tiene lo suyo), y aunque una fiesta es una fiesta, no un brexit, lo cierto es que estamos en pandemia, las normas (impuestas por su propio gobierno) son estrictas, y la gente de la calle pide explicaciones.

    Leer sobre lo que se ha dado en llamar Partygate, o el botellón del 10 de Downing Street, produce cierta hilaridad, para qué negarlo, si no fuera por lo que semejante movida implica en el contexto de la pandemia. Uno no es precisamente defensor de la moralina puritana que caracteriza esta época, ni de las hipocresías que tanto se estilan, pero eso no quita que lo de Boris ya empiece a parecer excesivo, no sólo por ese listado de fiestukis con las que de una u otra manera parece estar relacionado, sino porque desde las alturas no se puede decir una cosa y luego hacer la contraria.

    Lo que Boris creyó que era “un evento de trabajo” en el patio de atrás de la casa presidencial, un jardín estupendo que, leo en los papeles, quedó un tanto perjudicado (si fue así, sin duda podemos llamarlo botellón), parece que implicaba llevarse la propia botella (no sé si por no ser un acto oficial, sin presupuesto, o por el peligro de los contagios).

    Casi resulta tierno lo de irse al Tesco a comprarse la botella, como en los tiempos colegiales. Algo de nostalgia del college tiene que haber, no sé. A todos nos gusta ser jóvenes. Boris se maneja bien en la marcha jovenzana, compagina lo social y lo parlamentario, lo mismo va a Westminster que visita una granja calzando botas de agua, y también le da para la vida familiar, el nacimiento de los hijos, y así. Un trajín. Por eso, quizás, su flequillo. Por la movida.

    No sé si esta nueva fiesta habrá sido la gota que colma el vaso (lo digo sin ironía...), pero tendría gracia que Boris Johnson tuviera que abandonar Downing St., y lo que es peor, su jardín, por asuntos que no tienen que ver con la gravedad de su política, con ese intento de reeditar las glorias imperiales y potenciar una UK Global, creyendo que puede prescindir de Europa, siendo un país europeo. Pero, con ser difícil la relación con Bruselas, su mayor problema es doméstico. Empieza a ganar adeptos la idea de que el fantástico aislamiento puede no ser tan fantástico.

    Como en todo culebrón político que se precie ahora se busca la figura de Dominic Cummings, el asesor del brexit del que tanto hemos hablado aquí. Un día tuvo que salir con su caja de cartón y ahora muchos creen que hay un argumento de Shakespeare en marcha: la venganza contra Johnson. Eso sí, no es un argumento épico ni trágico. No es ser o no ser, esta vez. Es llevar o no llevar tu propia botella. Un relato cutre, a la altura de este tiempo.

    14 ene 2022 / 01:00
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