Los amigos nunca mueren

En recuerdo a José Ramón Ónega

MIENTRAS las personas viven en el recuerdo se puede decir que no mueren del todo porque recordar es vivir. Gracias al recuerdo, los amigos nunca mueren.

Así como la memoria no es buena ni mala, el recuerdo puede ser agradable o triste pero, en cualquier caso, es una facultad que, a diferencia de la memoria, solo la poseen los seres humanos.

“La vida es sufrimiento”, según Schopenhauer y “vivir es luchar o militar bajo banderas”, como pensaba Séneca. Ahí reside el afán innato de todo ser humano por sobrevivir a la ausencia y al olvido.

Solo se recuerda lo que se conserva en la memoria porque de lo que no se tiene noticia alguna, es imposible el recuerdo.

Tener mala memoria es como tener un mal amigo que cuando más se necesita nos falla. Decir que la memoria acompaña al hombre como la sombra al cuerpo es como reconocer que la memoria es igual a un mal amigo que solo nos sigue cuando hace sol. Por eso se dice que en la prosperidad nuestros amigos nos conocen y en las adversidades nosotros conocemos a nuestros amigos o también que el verdadero amigo es el que llega sin ser llamado y el que se queda después de que todos se han ido.

Si se pierde la memoria o esta no es activada por el recuerdo puede decirse que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Siempre se ha dicho que vivir sin amigos es como vivir en el desierto o como un libro que nadie lee.

Los amigos nunca fallecen del todo, pues mientras viven en nuestro recuerdo, permanecen. Este es el consuelo que nos deja el fallecimiento de José Ramón Ónega, el amigo del alma que nos dejó pero que no se ha ido.

Decir que José Ramón Ónega fue un hombre bueno es reconocer que su humanidad y su bondad eran inseparables e indisolubles, de tal manera que en su persona y conducta es imposible distinguir la una de la otra.