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Los grandes debates sobre la familia

Durante los siglos XIX y XX tuvieron lugar los grandes debates sobre la familia, en los que participaron juristas, historiadores, sociólogos, antropólogos, psicoanalistas y numerosos escritores, como Tolstoi, Flaubert, Clarín, Galdós, Ibsen o D.H. Lawrence, autores de las grandes novelas sobre el matrimonio, el adulterio y la felicidad e infelicidad conyugales. En estos debates se confrontaron ideas y argumentos, pero sobre todo se utilizaron miles de datos perfectamente documentados, con el fin de contestar a la siguiente pregunta: ¿es la familia monógama, surgida de un acuerdo, escrito o verbal, entre dos familias o los propios contrayentes, y basada en la autoridad del marido, que administra el patrimonio y controla la educación de sus hijos, el resultado de un proceso histórico, o un arcaísmo que debe ser sustancialmente reformado, e incluso suprimido?

Los hechos tuvieron preferencia sobre las palabras, y por eso se analizaron todos los sistemas familiares documentados por la historia y descubiertos en el proceso de expansión colonial occidental. De ello nació una de las disciplinas antropológicas más difíciles: la teoría y los estudios de los sistemas de parentesco. Se han documentado cientos de ellos, y todo lo que sabemos puede ser puesto en duda con estos estudios, desde las palabras que utilizamos para nombrar a nuestros parientes, hasta las formas de matrimonio, la organización del trabajo familiar, e incluso la administración de justicia, muchas veces reservada al cabeza de familia o el jefe de un grupo tribal.

Antropólogos y sociólogos están de acuerdo en que de todo se puede dudar a la hora de estudiar las familias, excepto de dos principios: a) solo las mujeres pueden parir a los hijos, y b) los hombres fecundan a las mujeres. Estamos hablando de la historia universal, desde nuestros orígenes, y por eso las técnicas de reproducción asistida no pueden considerarse significativas, ni modifican la teoría, ya que el embarazo sigue siendo patrimonio exclusivo de las mujeres y el semen lo producen los hombres.

Partiendo de estos principios la antropología analiza el parentesco basándose en la idea de intercambio de mujeres, que no tiene nada que ver con la cosificación de la mujer, sino con la biología. Hay dos tipos de estructuras de parentesco: las elementales, que son aquellas en las que se establece una forma de matrimonio preferencial, y las complejas en las que no se establece ninguna forma de cumplimiento obligatorio, lo que no quiere decir que en ellas la elección sea totalmente libre. Ya Kant, a comienzos de siglo XIX, había observado que las personas eligen a sus parejas, pero si analizamos estadísticamente cómo son esas parejas, veremos que la elección está muy limitada, por la proximidad geográfica, el grupo social, los niveles de riqueza de ambos cónyuges, la religión, la cultura, e incluso la política. Y es que Kant sabía que en la Prusia de su época las campesinas se casaban con campesinos, los nobles con nobles, los burgueses con burgueses y los judíos se casaban entre sí.

¿Por qué se dice que se intercambian mujeres? Pues porque las mujeres son un tesoro que permite la reproducción del grupo. Supongamos que hay dos aldeas o dos islas o familias. Si no quieren extinguirse necesitarán mujeres. Sería muy fácil que las mujeres de cada grupo se quedasen en él para casarse, pero como suele darse un desequilibrio entre el número de hombres y mujeres y además lo importante es que haya mujeres fértiles, si lo que queremos son niños, por eso se impone el intercambio o el rapto de las mujeres. En la historia mítica de Roma eso se puede observar cuando los romanos deciden raptar a sus vecinas las sabinas, porque ellos no tienen mujeres para casarse.

Esos intercambios se llevan a cabo mediante contratos y ceremonias que los consagran. En ellos los padres, o el grupo, masculino o femenino, acuerdan la unión, que se rige por normas económicas: el padre puede pagar una dote en concepto del mantenimiento de sus hijas, o viceversa, el novio o su familia pagan el “precio de la novia”, ya sea en ganado, tierras o bienes muebles: vestidos, joyas, dinero. En esas ceremonias la unión se hace pública, y se deja claro cuáles serán las obligaciones de los cónyuges y como se castigan las infidelidades, casi siempre las femeninas, o el uso de la violencia.

Todo puede ser discutido, si estudiamos los hechos. El abogado norteamericano L.H. Morgan gran conocedor y valedor de los indios iroqueses, publicó en 1871 su libro La sociedad antigua, en el que desarrolló su teoría de la evolución de la familia y la civilización. Morgan encargó a misioneros, administradores coloniales, militares y funcionarios de todo el mundo que cubriesen un inmenso cuestionario en cientos de lenguas en el que se registrasen todos los términos de parentesco, de este modo: ¿cómo se llama al padre de los hijos, a su mujer, al padre del padre, a la madre del padre...?

Analizando los resultados descubrió que hay dos clases de vocabularios de parentesco: el descriptivo, que designa las relaciones reales: madre es la que engendra al niño; y el clasificatorio, que designa a los parientes por grupos. En él el niño puede llamar padre a su padre y a los hermanos del padre, y lo mismo a la madre, o llamar padre a todos los hombres de la generación de su padre, y abuelos y abuelas a los de la anterior. Partiendo de esto concluyó que los primeros matrimonios fueron entre grupos de hermanos, que criaban a sus hijos en común y luego, según se iba pasando del salvajismo a la barbarie y la civilización, gracias al progreso de las técnicas y las instituciones, se pasaría al matrimonio polígamo, y por fin monógamo, cumbre de la cadena evolutiva.

Algo similar descubrió el jurista J.J. Bachofen, quien público en 1861 El derecho materno y creó la idea del matriarcado, partiendo del estudio del derecho y la mitología. Según él, la humanidad primitiva vivió en el hetairismo, es decir, bajo la violencia de los guerreros, que secuestraban y dominaban a las mujeres para la reproducción y sus servicios. Las mujeres, inventoras de la agricultura, se rebelarían y crearían la familia, el derecho y el estado para frenar la violencia masculina. Pero su sistema se basaba más en la pasión que en la razón, y por eso los hombres se rebelarían de nuevo, asumirían su legado y crearían el estado, basado en la familia monógama patriarcal, en la que les correspondería la autoridad, la administración de los bienes y el uso sexual exclusivo de sus mujeres. De la misma manera W. Robertson Smith llevó a cabo en su libro Kinship and Marriage in Early Arabia (1900) el estudio de los pueblos semíticos, en los que la poligamia masculina es predominante, pero en los que los componentes de la familia son los mismos.

El estudio de los sistemas de parentesco es complejísimo C. Lévi-Strauss le consagró su obra maestra: Las estructuras elementales de parentesco (1949), que se basa en miles de títulos y analiza cientos de sistemas, estructurándolos de tal modo que pudo formular una teoría algebraica del parentesco, formalizada por un matemático. Sus algoritmos permiten comprender la circulación de mujeres entre grupos, teniendo en cuenta la demografía, o sea, el número de mujeres a intercambiar, el tamaño de los grupos, las edades, fecundidad...

Si nos tomamos en serio la cuestión, y partimos de lo que fue la familia en realidad, se podrían proponer reformas que nadie estaría dispuesto a aceptar, porque el único modelo de familia que se puede concebir es el monógamo de origen romano. Así se podrían no hacer juegos de palabras y cambiar vocales sino cambiar todos los términos de parentesco: marido, mujer, padre, madre e hijos, abuelo, nieto y sobrinos. La historia y la lingüística pueden proporcionarnos modelos hasta la saciedad. Se podría llamar madres a todas las mujeres de la generación de mi progenitora, como ya ocurrió, e hijos a todos los niños y niñas de los hombres y mujeres de mi generación.

Se podría permitir el matrimonio polígamo, como en el islam, suprimir la obligación de fidelidad, convivencia, cuidado, educación... El estado de Israel casi lo hizo creando los kibutz, comunidades con propiedad comunal, que criaban a los hijos en común sin que legalmente existiesen las familias. Eso fue la teoría, porque en la práctica las madres biológicas cuidaban a sus hijos de modo preferente a los de las demás mujeres, y se crearon familias de hecho dentro de una comunidad que no reconocía a la familia.

Para concluir pondremos un ejemplo, que demuestra lo útil que es estudiar, y las tonterías que se puede llegar a decir. Se han impuesto las palabras sororidad y reginalidad, por no saber traducir el inglés. Veamos porqué. En inglés hermano se dice brother y hermana sister. Un grupo de hermanos forman una hermandad, brotherhood, y de hermanas una sisterhood, que no se puede traducir al castellano o gallego. De la misma manera en inglés rey se dice King, realeza o monarquía Kingship. Reina se dice Queen, y por eso se creó Queenship, que no se puede traducir porque en castellano rey, reina, monarca y monarquía, ya sirven para designar todo eso.

¿Pero qué nos pasa con los hermanos? En latín la palabra frater, que es la misma que phratér en griego y que brother y bruder en inglés y alemán, designaba a los hermanos en sentido clasificatorio y no real. Por eso se creó la expresión frater germanus, para nombrar al hermano físico. El castellano, gallego y otras lenguas románicas perdieron el término frater, que quedó en su uso religioso, como soror, la misma palabra que sister, y creó hermano y hermana, irmán e irmá, en gallego. Por eso en castellano y gallego, como ya tenemos hermandad e irmandade, no hace falta copiar términos ingleses sin ton ni son. Las hermandades desfilan en procesiones, y una sororidad es un convento de monjas: sor A, sor B y sor C, que también podría ser considerado un grupo feminista, a su manera, como de hecho lo fueron los conventos, cuando ser monja era una escapatoria de las cadenas del matrimonio para las mujeres de familia acomodada.

08 ene 2023 / 01:00
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