Los mundos de Ayuso y de Feijóo
¿Se imaginan que la presidenta de Madrid, la doblemente popular Isabel Díaz Ayuso, hubiese votado a Joaquín Almunia en las elecciones generales del año 2000? Si así fuese, que mientras la aludida no lo desmienta públicamente se trata una posibilidad tan factible como cualquier otra, aunque poco probable, si así fuese, decíamos, toda su fama de martillo pilón contra Pedro Sánchez y sus políticas “social-comunistas” se vendría de repente abajo.
Si en el breve o largo –esa intimidad sólo le pertenece a ella– historial de pecados de juventud de esta semidiosa del liberalismo del siglo XXI se encontrase la veleidad de haber apoyado a un semisocialdemócrata como Almunia –siendo muy generosos podría encajar ahí– frente al primer dirigente que llevó al PP a Moncloa, el célebre José María Aznar, si hubiese hecho esta elección, insistimos, su pérdida de credibilidad ante los que vitorean su oposición a Sánchez sería irrecuperable.
Esta es una de sus grandes diferencias con su homólogo gallego, Alberto Núñez Feijóo, que en el histórico 82, a la misma edad con la que Ayuso cambió de siglo, reconoció haber respaldado en las urnas a Felipe González en vez de a Manuel Fraga, el padre fundador de su partido. Sin embargo, al presidente de la Xunta no le penalizó nunca el haberse decantado, en aquella fecha crucial del final de la Transición española, por el líder sevillano que se hizo con el PSOE en Suresnes para irlo moderando antes de llevarlo al Gobierno, en detrimento de su paisano de Vilalba, que desataba todas las furias para hacer prevalecer lo que él llamaba “la derecha natural”.
¿Cuál es la razón por la que la presidenta madrileña no obtendría la absolución de sus seguidores que sí merece el mandatario gallego? Sin entrar en que Almunia acredite menos pedigrí que González, mientras que los de Aznar y Fraga son semejantes, el diferente juicio a Ayuso y a Feijóo por hechos semejantes obedece a la distinta naturaleza de sus respectivos discursos. La dirigente madrileña que asesora el ex de Aznar Miguel Ángel Rodríguez –y seguramente por eso– mantiene una línea argumental extrema y apocalíptica, tan al límite del paroxismo que convierte en absolutamente imperdonable una infidelidad con el mismo enemigo al que invita a acosar sin misericordia.
El boss de San Caetano, en cambio, no es un político acostumbrado a subir los decibelios de la política nacional y siempre que asoma su cabeza por Madrid se esfuerza, además, por dejar in situ una imagen de moderación y coherencia política que complete la de candidato invencible que ya les llega a la capital importada directamente desde las urnas gallegas en cada convocatoria electoral que aquí se celebra.
Esta comparación aparentemente absurda adquiere importancia no tanto por el comportamiento electoral que podría provocar en los propios votantes de la derecha, ya que Ayuso siempre puede decir sin mentir que nunca votó al PSOE, sino por lo que pone de manifiesto en la trinchera enemiga: a diferencia del resto de líderes del PP, que quieren fidelizar a los suyos arrojando fobias contra sus adversarios, Feijóo se creó un perfil que no genera rechazo entre los simpatizantes socialistas. Y esta habilidad suya lleva aparejada una capacidad para captar sufragios en diversos espacios ideológicos de la que otros carecen y que es primordial para ganar elecciones –Ayuso perdió con Gabilondo–.
Pocos candidatos como Feijóo pueden pescar con éxito en los caladeros de PP, PSOE y Cs, potencialmente el tramo electoral mixto con más millones de votos. Por eso no extraña que pueda aspirar a vencer sin necesidad de una crisis trufada con corrupción –como Aznar en el 96– o de un hundimiento económico sin precedentes –como Rajoy en 2011–. Lo demostró en Galicia, donde mantiene a raya a las otras derechas. A los orange los eclipsa con su programa y talante. Vox se autoexcluye al llamarle separatista, que es como tachar de marxista a Felipe VI. Con este precedente, ¿cómo lo tildarían en Madrid si diese el salto?