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Macron contra
De Gaulle y Bonaparte

    SIEMPRE se habló de la Escuela Nacional de Administración, francesa, instaurada por De Gaulle, como una prestigiosa factoría de funcionarios al servicio del Estado, así como del cuerpo de Prefectos, representantes del Gobierno en los territorios, creado por Bonaparte. Se trataba de una concepción de la alta función pública como aparato al margen de cualquier clan.

    El paso de los años ha ido creando disfunciones, entre las cuales no son menores las referentes a un reclutamiento demasiado cerrado socialmente, sobre todo entre los enarcas. Es sabido que toman grandes responsabilidades muy pronto, sin haber tenido tiempo de haberse conectado con la realidad objetiva del país. Su cursus honorum, que bebe de la competencia profesional, pero también del corporativismo, es en exceso rápido. Macron la va a suprimir.

    En cuanto a los Prefectos, su desaparición –en su caracterización actual, no en la de su función–, obedece también al objetivo de favorecer una carrera más abierta, con una especie de evaluación continua. El “oficio prefectoral”, según el Gobierno, se adquiere con la experiencia sobre el terreno, más o menos la misma filosofía que ha de sustituir a la exclusivista de la ENA. Otro símbolo de la República es sacudido por la aparente falta de complejos del presidente francés.

    ¿Se agrieta la grandeur? ¿O más bien Macron quiere preservarla, buscando eficiencia en el servicio público y menos cuerpos privilegiados? Muchas voces en el Hexágono ven con aprensión estos pasos reformadores, y no exclusivamente las conservadoras. También gentes de izquierda temen que se debilite la idea de República, su cohesión, en definitiva, la Nación. Sin embargo, Macron, citando a Bernanos, ha dicho solemnemente que Francia no se rehará por las élites, sino por la base, o más bien, si las élites y la base se reconocen y se comprenden.

    La derecha más desacomplejada habla del “frenesí destructor” del presidente y de que lo del management no es para ser descubierto en 2021, la gestión pública tiene anchas espaldas y una cierta historia. Experimentos aparentemente pragmáticos y democratizadores, que sólo tienen un pero, y es que pueden dejar al caballero sin armadura, como dijo el ensayista Éric Zemmour.

    De todos modos, parece envidiable un Estado con instituciones tan veteranas, que se atreve a poner en cuestión las vacas sagradas, en búsqueda de un servicio público más transparente, más eficaz y más próximo.

    19 may 2021 / 01:00
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